3/ Un hotelito en el Caribe
Había tenido seis mujeres y dos infartos y su último negocio, un hotelito en el Caribe, era su última bala, un intento de recuperar algo, lo suficiente para jubilarse y vivir tranquilamente junto a su sexta mujer, la única persona que permaneció a su lado cuando su buena suerte se largó definitivamente. Hablaba con la mirada perdida en algún lugar del pasado y mientras compartíamos el placer de cocinar, entre sofritos, guisos y confidencias culinarias me iba contando cómo había logrado estar en el momento y en el lugar para ganar demasiado demasiado pronto. En los tiempos en los que a España empezaban a llegar los R4, los famosos cuatro latas, él desayunaba en Berlín, comía en París y se acostaba en algún hotel de alta gama de Londres. Excesos, tejemanejes con élites políticas y negocios con peces gordos de medio mundo le habían llevado a tener varias vidas en una. Lo había tenido todo, o casi todo. Bueno, al menos todo aquello que se puede comprar, que no es poco. Hacía un año que no sabía de ninguno de sus hijos. Cuando desapareció el dinero dejaron de llamar.
Su penúltima vida había terminado cuando un cambio en la legislación del comercio entre Europa y Cuba hizo que su próspero negocio de exportación se volatilizase. Entre la receta del guacamole “andalú”, su versión mejicana del gazpacho, las costillas al curry, la ensalada pipirrana y el solomillo con guindilla y nata, iban surgiendo aquellas historias de película con final agridulce, tal vez porque sintió que le escuchaba sin juzgarle, o porque aquel sevillano de ultramar necesitaba sacarlas afuera para encontrar un orden o cierto sentido a todo lo vivido, ahora que el tiempo había parado.