11/ Ni rastro de Pink Floyd

En la ciudad en la que nació el germen de Pink Floyd, no hay rastro de Pink Floyd. Ni una plaza o una calle que haga referencia a una de las bandas de rock más importantes de la Historia, ni siquiera alguna tienda que haya usurpado el nombre de uno de sus discos o de una de sus canciones más conocidas, una placa en la calle o un simple poster del grupo en alguno de sus pubs, o en el puestecito callejero de singles y vinilos de Market Hill. Nada.

Discretos mitómanos llegados desde medio mundo visitan, eso sí, el pub en el que se conocieron Syd Barrett y David Gilmour, el Flying Pig, que ha ido mutando de nombre desde que se inaugurase en 1840, o se acercan a tomar una pinta al The Rock, el pub en el que se bebía las horas Syd, hasta su muerte en 2006. Tratan de identificar cuál de las casas de la hilera de viviendas unifamiliares victorianas es aquella en la que creció Roger Waters, o cuál fue la residencia de la familia de Gilmour en Grantchester Meadows, muy cerca del Orchard Tea Garden en el que varias décadas atrás compartieran tertulias Keynes y Virginia Woolf con filósofos, novelistas y futuros premios nobel. En ninguno de estos rincones hay referencia alguna a la banda.

Y al fin, en mi último viaje a Cambridge, tras haber tirado la toalla intentando encontrar algún vestigio de Pink Floyd, en una de las muchas jams que es posible encontrar en la ciudad, comenzó a sonar al fondo, el inolvidable riff de guitarra de Wish You Were Here. Alguien quedaba por allí que recordaba a aquella banda.


10/ Bangkok

En Bangkok no todas las grandes avenidas están repletas de retratos reales con pomposos marcos dorados, ni todos los callejones huelen a pescado reposado, ni todas las aceras hay que cruzarlas jugándose la vida esquivando motos y coches.

En Bangkok no todas las jóvenes son putas, ni todos los hombres puteros, ni todas las ladyboys miran con cara de selfie, ni todas las masajistas ofrecen un "final feliz" ("over nosequé"?)

En Bangkok no todos los conductores de autobuses usan gafas de sol, ni van con pinta de road movie por la Ruta 66 pero con atasco, ni todos los taxistas pasan del taxímetro, ni todos los tuktukeros son laosianos.

En Bangkok no todos los musulmanes venden comida en puestos callejeros, ni todos los jekes tienen aspecto de "todo lo que ves es mío", ni todos los inmigrantes son indonesios, chinos o hindúes, como no todos los guiris son mochileros, ni todos los mochileros van por la calle con aire de despiste.

Eso sí, en Bangkok absolutamente todo el mundo está enganchado a su móvil... Bueno, todos menos mendigos y ancianos, ahí casi se cumple también ese no todos.


9/ Islas

Las islas siempre tienen algo de mágico, como de micromundo o de pequeño planeta de esos que descubrían los exploradores espaciales en los tebeos. Desde la costa esos pedazos de tierra en medio del oleaje parecen errores geográficos que por alguna extraña razón terminaron allí.

En las islas todo es más lento y más silencioso. Prisa mata, dicen en Marruecos. Las barcazas semidestartaladas y tripuladas por marineros con la piel quemada por el fuego del sol no cesan de acercar mercancías y viajeros que han recorrido cientos o miles de kilómetros para alcanzar ese pequeño territorio sobre el agua. Embalajes de papel higiénico, cervezas, comida, ropa, muebles... viajan sobre los techos de barcos desde otros puertos.

En las islas las construcciones suelen tener cierto aire de decadencia por la erosión de la humedad, el viento y la sal. También de provisionalidad, supongo que por la omnipresencia del mar, que continuamente recuerda a sus habitantes que salvo él todos los demás estamos de paso.


8/ Pattaya

En Pattaya los niños fuman y las niñas van de la mano de europeos, australianos y norteamericanos con aspecto de Heisenberg. Al atardecer el paseo marítimo se convierte en un interminable escaparate en el que se ofrecen las chicas, algunas casi adolescentes, otras demasiado mayores para ser contratadas en un local, a veces en grupos de 2 o de 3 pero casi siempre solas.

Neones, carteles publicitarios y luces rojas iluminan la Walking Street, epicentro de Pattaya, uno de los mayores burdeles del mundo. En torno a esa calle, mujeres llegadas desde pueblecitos y ciudades de toda Tailandia esperan sentadas en las aceras o en taburetes a la entrada de los bares y clubs la llegada de clientes extranjeros, recibiéndoles con un hilo de voz, "Hello, Sir", o tratando de tomarles de la mano para que se detengan.

Las jefas de las chicas tienen cara de haberlo visto ya todo en esta vida, y posiblemente así sea, y los hombres de estar paseando por un parque temático, ¿quién no tiene derecho a divertirse un poco?, al fin y al cabo las putas solo son eso, putas.


7/ Ceaușescu

En las repúblicas de la antigua Unión Soviética tras abolir las clases sociales se erigió una nueva aristocracia sobre la eterna clase trabajadora de siempre. Mientras esa aristocracia formada por los todopoderosos burócratas residía en ostentosas viviendas de grandes balcones en las avenidas de las principales ciudades, los trabajadores habitaban interminables colmenas construidas con planchas prefabricadas de hormigón, planchas, que llegaron a hacer posible levantar un edificio entero en tan sólo 12 días y que incluso traían insertadas las puertas y ventanas, en un alarde tecnológico en plena Guerra Fría frente a Occidente, donde aún no existía IKEA, pero por poco. Hoy estos gigantes grises son un símbolo de los países de Europa del Este: Hungría, Rusia, Polonia… Como casi todas las soluciones que nacen en despachos en forma de varita mágica la idea nació coja. Las nuevas casas pensadas para los trabajadores, pero sin ellos, no tenía en cuenta, por ejemplo, las diferencias de clima de los lugares donde se iban a ubicar esas viviendas Dolly, o si era una zona con riesgo de seísmos, como sucedió en Armenia en los años 80. Además, aunque muchas aún sigan en pie, desde el principio se plantearon como algo provisional, con una caducidad prevista de 25 años.

Por su parte la aristocracia autoproclamada socialista hace tiempo que había perdido la noción de la realidad, y en Rumanía su presidente Nicolae Ceaușescu ordenó demoler en 1985 varios barrios del centro de Bucarest incluyendo doce iglesias, dos sinagogas, tres monasterios y más de 7.000 casas, para construir el edificio administrativo civil más grande del planeta, el segundo edificio más grande del mundo después de El Pentágono: el Palacio del Parlamento Rumano. Cuatro años después lo fusilaron.

Cuando en Rumanía pregunté cómo había sido esa transición política me explicaron que en realidad "quien gobierna es la misma gente". Las antiguas juventudes comunistas se reconvirtieron en el actual partido socialista, y se adaptó la anticuada estructura férrea soviética a los nuevos tiempos que llegaban. Continuó la misma policía, el mismo ejército, los mismos tribunales, el mismo funcionariado, e incluso los verdugos del Estado pudieron jubilarse felizmente para disfrutar de un merecido descanso.

- “Nos pasó lo que a ustedes en España” -me dijeron.


6/ Chamula

Aquí el pueblo manda y el gobierno obedece” advierten los carteles de las comunidades zapatistas al pie de las carreteras de Chiapas. La ciudad donde se hizo visible su revolución es San Cristobal de las Casas, a sólo 10 kilómetros de allí está San Juan Chamula. En nuestro planeta hay rincones que no pertenecen a este mundo. Quienes han estado alguna vez en San Juan Chamula saben que uno de esos lugares es éste.

En su iglesia colonial no hay curas ni tampoco bancos donde sentarse. En el interior se escuchan susurros y cantos en tzotil, la lengua de los chamulas, entre la neblina del humo de las velas y la quema de incienso y de una resina aromática usada en los rituales mayas de chamanes y curanderos llamada copal, olor que se entremezcla con el de la manzanilla, el laurel, el limón y las hojas de pino que cubren el suelo. Hay estatuas de santos católicos cubiertos de capas, como agradecimiento por cada milagro concedido a la comunidad, y otras mirando a la pared, a modo de escarmiento por no haberlos concedido. El aguardiente de maíz, pox, utilizado tradicionalmente en las ceremonias, a menudo se sustituye por coca cola. El resultado es mágico y surrealista.

A un lado, hay un pequeño círculo de personas en torno a un paciente al que se va pasando un huevo de gallina alrededor de su cabeza, su torso... como un pincel con el que dibujasen su perfil. El objetivo es ayuntar enfermedades y maleficios, si al abrirlo se ha endurecido o está más oscuro significa, me dicen fuera, que ha atrapado el mal. Hay que destruirlo y problema resuelto.

- ¿Y si no funcionase? -pregunto.

- Entonces se repite cambiando el huevo por una gallina.

- ¿Y si eso tampoco funciona?

Tras un breve silencio - Entonces ya se va al médico -me responden.


5/ Península Valdés

Sobrevolaba regularmente la Patagonia Saint Exupery llevando de acá para allá el correo, cuando desde el cielo descubrió aquella enorme boa a la que le había dado por zamparse un elefante entero. Esa imagen que más tarde dibujaría en El Principito es un lugar llamado la Isla de los Pájaros, en la Península Valdés. Península Valdés es un lugar de paisaje árido y belleza prehistórica. Tras arrancárselo a sus habitantes, el pueblo mapuche, todo ese territorio fue invadido por intrépidos exploradores que posan sonrientes en fotos carcomidas por el tiempo mostrando su habilidad para acabar a machetazos y fusil en mano con todo bicho viviente. Afortunadamente hoy en día es un espacio protegido poblado por irreductibles pingüinos diminutos dispuestos a embestir contra quien se interponga entre ellos y sus nidos, pacíficas ballenas gigantes danzando bajo los barcos, harenes de elefantes marinos que reposan sobre la arena sus toneladas de grasa y aparatosos lobos marinos arrastrando sus caderas para llegar al agua.

Llegué por casualidad. Por casualidad y por falta de presupuesto, ya que en realidad mi objetivo era visitar Salta, en la frontera con Bolivia, pero desde Bahía Blanca, donde colaboraba en la Universidad Nacional del Sur con un proyecto de investigación, era mucho más sencillo llegar a Península Valdés, a “sólo” 660 kilómetros, unas diez horas en colectivo, lo que en América Latina se considera una distancia pequeña. No sabía lo que iba a ver ni jamás había escuchado hablar de aquel pedazo de tierra rebosante de vida y absolutamente fascinante. Con la distancia de los años y tras tantos viajes cada vez soy más consciente de lo especial que es ese rincón del mundo y de la inmensa suerte que tuve de que mis cambios de planes me llevasen allí.


4/ Belchite

Pueblo viejo de Belchite, ya no te rondan zagales”. Así comienzan los versos escritos por un vecino en la puerta de una de sus iglesias devorada por las zarzas. El que fuese un pueblo de más de 3.000 vecinos antes de la guerra, es hoy una estampa apocalíptica creada por las bombas, los años y el eterno Cierzo, que recibe impertinente a curiosos, buscadores de historias y cazafantasmas, una imagen inolvidable para los habitantes de estos tiempos desmemoriados y olvidadizos. “Ya no se oirán las jotas que cantaban nuestros padres”, continúan los versos.

Tierra de arcilla roja, catedrales presidiendo cada pequeño pueblo y antiguas fábricas azucareras dormidas para siempre. Tierra de orgullo terco, de tambor ensordecedor y mántrico, de moriscos vencidos y olivos centenarios. Allí está Belchite, a un pie de la casa natal de Goya, quien poco más de un siglo atrás dibujase los desastres de otra guerra, y también a un paso de las colectivizaciones libertarias que quisieron poner el mundo patas arriba. A pocos kilómetros, caravanas de coches pasan apresurados buscando las playas del Levante.


3/ Un hotelito en el Caribe

Había tenido seis mujeres y dos infartos y su último negocio, un hotelito en el Caribe, era su última bala, un intento de recuperar algo, lo suficiente para jubilarse y vivir tranquilamente junto a su sexta mujer, la única persona que permaneció a su lado cuando su buena suerte se largó definitivamente. Hablaba con la mirada perdida en algún lugar del pasado y mientras compartíamos el placer de cocinar, entre sofritos, guisos y confidencias culinarias me iba contando cómo había logrado estar en el momento y en el lugar para ganar demasiado demasiado pronto. En los tiempos en los que a España empezaban a llegar los R4, los famosos cuatro latas, él desayunaba en Berlín, comía en París y se acostaba en algún hotel de alta gama de Londres. Excesos, tejemanejes con élites políticas y negocios con peces gordos de medio mundo le habían llevado a tener varias vidas en una. Lo había tenido todo, o casi todo. Bueno, al menos todo aquello que se puede comprar, que no es poco. Hacía un año que no sabía de ninguno de sus hijos. Cuando desapareció el dinero dejaron de llamar.

Su penúltima vida había terminado cuando un cambio en la legislación del comercio entre Europa y Cuba hizo que su próspero negocio de exportación se volatilizase. Entre la receta del guacamole “andalú”, su versión mejicana del gazpacho, las costillas al curry, la ensalada pipirrana y el solomillo con guindilla y nata, iban surgiendo aquellas historias de película con final agridulce, tal vez porque sintió que le escuchaba sin juzgarle, o porque aquel sevillano de ultramar necesitaba sacarlas afuera para encontrar un orden o cierto sentido a todo lo vivido, ahora que el tiempo había parado.


2/ Noches de Tailandia

En Tailandia las noches son demasiado cortas para los vicios y demasiado largas para los insomnes. Los perros salen a intentar echarse algo a la boca. Los gatos no lo necesitan, tienen hasta templos en los que se pide limosna para ofrecerles comida. Son semidioses felinos en la Tierra.

En las noches de Tailandia asoman las vergüenzas. Los vagabundos vagabundean y hay niños durmiendo sobre cartones con un vasito del Starbucks a sus pies pidiendo una moneda, gente caminando distraída, voraces mosquitos hambrientos, músicos callejeros, borrachos sin sueño y buscavidas de mirada perdida.

En las noches de Tailandia hay negocios de comida sobre ruedas, hostales con el cartel room available, sudorosos australianos bebedores de cerveza, parejas imposibles y somnolientos recepcionistas recibiendo a viajeros de última hora.

Al fin, la mañana regresa para devolver cada cosa a su sitio. Reaparecen los policías de tráfico, los oficinistas, los colegiales, los comerciantes levantando la trapa de sus comercios y los monjes en sus túnicas naranjas luciendo rape al cero.


1/ Fotografías con palabras

Armados con sus dispositivos de última generación, turistas teledirigidos por sus propios teléfonos móviles llegan dispuestos a acribillar a fotos paisajes, monumentos, estatuas y viandantes. Disparan a todo lo que se mueve. Y a lo que no también. En la tienda de souvenirs, mientras caminan, hojeando la sacrosanta guía de viaje, desde del tren turístico, frente al mapa de la ciudad y, por supuesto, durante el primer plato, segundo plato y postre. Sólo existe lo que ha sido capturado en sus pantallas y temen desaparecer si no hay una prueba de vida de sí mismos en cada momento.

Hay fotos de parada obligatoria, claro, donde se amontonan sonrisas profident y calculadas posturas casuales con mirada sugerente a cámara bajo una lluvia de flashes. Hoy todos parecemos famosos. Hay que posar frente a esa imagen reconocible por tus contactos en redes sociales que fue escenario de no sé qué serie de televisión, o es la obra de ese artista… sí hombre, de ése del que no te viene ahora el nombre.

En estos tiempos de la dictadura de la imagen es imprescindible mostrarse lo suficientemente atractivos, jóvenes, interesantes, modernos, desinhibidos, despreocupados y actuales. Importa más el continente que el contenido.

Así fue como comencé a hacer estas imágenes con palabras, para aprender a mirar de nuevo.


Las 10 estrategias de los medios para manipularnos (Coautoría con Timsit)

Actualización de esta serie publicada originalmente en 2012