4/ Belchite
“Pueblo viejo de Belchite, ya no te rondan zagales”. Así comienzan los versos escritos por un vecino en la puerta de una de sus iglesias devorada por las zarzas. El que fuese un pueblo de más de 3.000 vecinos antes de la guerra, es hoy una estampa apocalíptica creada por las bombas, los años y el eterno Cierzo, que recibe impertinente a curiosos, buscadores de historias y cazafantasmas, una imagen inolvidable para los habitantes de estos tiempos desmemoriados y olvidadizos. “Ya no se oirán las jotas que cantaban nuestros padres”, continúan los versos.
Tierra de arcilla roja, catedrales presidiendo cada pequeño pueblo y antiguas fábricas azucareras dormidas para siempre. Tierra de orgullo terco, de tambor ensordecedor y mántrico, de moriscos vencidos y olivos centenarios. Allí está Belchite, a un pie de la casa natal de Goya, quien poco más de un siglo atrás dibujase los desastres de otra guerra, y también a un paso de las colectivizaciones libertarias que quisieron poner el mundo patas arriba. A pocos kilómetros, caravanas de coches pasan apresurados buscando las playas del Levante.