7/ Ceaușescu
En las repúblicas de la antigua Unión Soviética tras abolir las clases sociales se erigió una nueva aristocracia sobre la eterna clase trabajadora de siempre. Mientras esa aristocracia formada por los todopoderosos burócratas residía en ostentosas viviendas de grandes balcones en las avenidas de las principales ciudades, los trabajadores habitaban interminables colmenas construidas con planchas prefabricadas de hormigón, planchas, que llegaron a hacer posible levantar un edificio entero en tan sólo 12 días y que incluso traían insertadas las puertas y ventanas, en un alarde tecnológico en plena Guerra Fría frente a Occidente, donde aún no existía IKEA, pero por poco. Hoy estos gigantes grises son un símbolo de los países de Europa del Este: Hungría, Rusia, Polonia… Como casi todas las soluciones que nacen en despachos en forma de varita mágica la idea nació coja. Las nuevas casas pensadas para los trabajadores, pero sin ellos, no tenía en cuenta, por ejemplo, las diferencias de clima de los lugares donde se iban a ubicar esas viviendas Dolly, o si era una zona con riesgo de seísmos, como sucedió en Armenia en los años 80. Además, aunque muchas aún sigan en pie, desde el principio se plantearon como algo provisional, con una caducidad prevista de 25 años.
Por su parte la aristocracia autoproclamada socialista hace tiempo que había perdido la noción de la realidad, y en Rumanía su presidente Nicolae Ceaușescu ordenó demoler en 1985 varios barrios del centro de Bucarest incluyendo doce iglesias, dos sinagogas, tres monasterios y más de 7.000 casas, para construir el edificio administrativo civil más grande del planeta, el segundo edificio más grande del mundo después de El Pentágono: el Palacio del Parlamento Rumano. Cuatro años después lo fusilaron.
Cuando en Rumanía pregunté cómo había sido esa transición política me explicaron que en realidad «quien gobierna es la misma gente». Las antiguas juventudes comunistas se reconvirtieron en el actual partido socialista, y se adaptó la anticuada estructura férrea soviética a los nuevos tiempos que llegaban. Continuó la misma policía, el mismo ejército, los mismos tribunales, el mismo funcionariado, e incluso los verdugos del Estado pudieron jubilarse felizmente para disfrutar de un merecido descanso.
– “Nos pasó lo que a ustedes en España” -me dijeron.