Artículo sobre fals@s autónom@s
Nosotros no te contratamos. Trabajarías para nosotros como personal colaborador” o “Nosotros te haríamos un contrato mercantil” o también: “Nos haces factura”. ¿Te suena? Desde hace varios años es más que habitual, cuando vamos a una entrevista de trabajo o leemos un anuncio de empleo en prensa, que lo que se nos ofrezca sea trabajar para una empresa pagando por nuestra cuenta la Seguridad Social (SS).
El pasado 28 de junio finalizó la aprobación, con el apoyo unánime del Parlamento, del Proyecto de Ley del Estatuto del Trabajo Autónomo (BOE 12-7-2007), que entrará en vigor el 12 de octubre, si bien habrá que esperar al desarrollo reglamentario para su aplicación práctica. Mediante esta ley, que se presenta como aquélla que equipara los derechos de las personas que trabajan como autónomas y las que lo hacen por cuenta ajena, se reconoce, por primera vez en un texto legal, la figura del ‘trabajador autónomo económicamente dependiente’, que se lleva por la borda toda una serie de derechos laborales logrados a lo largo de décadas de luchas sociales.
¿De dónde viene?La actual lógica productiva de flexibilización y de tratar de reducir al mínimo las cargas laborales ha llevado a la expansión de las subcontratas, tanto en el sector público o estatal como en el privado. En el caso del sector público, si la Administración necesita prestar servicios como el transporte urbano, la limpieza, la gestión del agua o el cementerio no contrata para ello a más personas en plantilla, sino que subcontrata estos servicios a empresas y personas que trabajan como autónomas que los realizan por ella.
Igualmente, las empresas privadas subcontratan todo lo posible (véase caso Telefónica-SINTEL o Telefónica- DIGITEX, empresa que realiza la atención telefónica de Movistar, donde quien trabaja no tiene, claro está, los mismos derechos laborales que en la empresa principal, en este caso Telefónica. Es la filosofía del ‘divide y vencerás’). Otra forma de subcontratación del personal son las Empresas de Trabajo Temporal, evitando vínculos laborales y dando por finalizada en cualquier momento la relación laboral, por ejemplo, de un día para otro.
¿Autónomo y dependiente?Como consecuencia del espectacular desarrollo de las subcontratas en construcción, transporte (SEUR, DHL...), enseñanza (Administración, asociaciones...), aparece lo que se ha denominado ‘trabajador autónomo económicamente dependiente’. Es quien, cotizando a la Seguridad Social como autónomo, realiza su trabajo para un único cliente o, según la redacción de la nueva ley, quien percibe más del 75% de sus ingresos desde un mismo cliente.
En realidad es alguien que trabaja para una empresa sin contrato de trabajo costeándose íntegramente las cuotas de la Seguridad Social. Esta figura, hasta ahora no reconocida legalmente, existía aprovechando vacíos legales y la indiferencia de la Inspección de Trabajo.
Tradicional (y gramaticalmente) se entiende por autónomo quien trabaja por su cuenta de forma libre, por ejemplo un fontanero que trabaja sin jefe, o quien vive de su pequeño negocio. Ser ‘autónomo’ y a la vez ‘dependiente’ es una contradicción.
3.100.000 afiliacionesLas empresas se han dado cuenta de que no tienen por qué contratar a sus trabajadores y trabajadoras, pudiendo evitarse burocracia y obligaciones laborales. Esto ha contribuido a que las afiliaciones en el Régimen de Autónomos se hayan disparado hasta alcanzar las 3.100.000 actuales.
Según datos del Informe de la Federación Nacional de Asociaciones de Trabajadores Autónomos-ATA, (uno de los escasos estudios existentes) de estas afiliaciones, 400.000 respondían, ya en 2005, al perfil del ‘dependiente’, incrementándose su número en un 89,4% en sólo cinco años (2000-2005). Siguiendo este ritmo de crecimiento, este año se rozará el medio millón de personas en esta situación. De acuerdo con el Dictamen elaborado para el Ministerio de Trabajo, el propio CES (Consejo Económico y Social) “manifiesta su preocupación sobre los posibles efectos de la regulación del trabajador autónomo económicamente dependiente” con un “posible deslizamiento de asalariados a trabajadores autónomos dependientes”.
¿Y a mí qué?Trabajando de este modo estamos excluidos de toda legislación laboral, ya que nuestra relación con la empresa ya no depende del Estatuto de los Trabajadores, sino del nuevo Estatuto del Trabajador Autónomo y del Código Mercantil, por tanto: no tenemos derecho a las pagas extras anuales, a los 30 días de vacaciones, a cotizar a la Seguridad Social conjuntamente con quien nos contrata, a cobrar el Salario Mínimo o ‘el paro’, etc. Mediante esta ley la Administración reconoce y legitima la figura del “dependiente” flexibilizando y precarizando aún más el mercado laboral y permitiendo, ahora ya legalmente, que la empresa para la que vamos a trabajar pueda negarse a hacernos un contrato de trabajo.
Entrevista para curso de Economía Social y Solidaria en la ULE
Entrevista sobre el curso de extensión universitaria “Experiencias de Transformación Social desde la Economía Social y Solidaria“, que dirijo en la Universidad de León:
La cita es del 15 al 18 de julio en la Real Colegiata de San Isidoro dentro del programa de cursos de verano de la Universidad de León (ULE) bajo la dirección de Germán Ferrero Carrera, que además de profesor de esta universidad es Socio de la Cooperativa Social Soluciones.
Allí se darán a conocer iniciativas transformadoras desarrolladas desde los principios y valores de la Economía Social y Solidaria en diferentes sectores económicos para ayudar a los participantes a comprender la importancia socioeconómica, ambiental y política de la articulación de alternativas económicas transformadoras ancladas en los territorios y también contribuir a la visibilización y el refuerzo de redes de economía transformadora.
Es el propio Germán Ferrero quien ha querido responder a algunas preguntas acerca de un tema tan crucial para el desarrollo sostenible.
¿Qué es la Economía Social y Solidaria? ¿Cuál es su papel en la comarca leonesa?
La Economía Social hace referencia a iniciativas económicas sostenibles nacidas para hacer frente a problemas sociales y/o medioambientales, y basadas en una serie de principios y valores, entre los más importantes: son iniciativas autogestionadas (las decisiones las toman los propios participantes), democráticas (cada persona tiene un voto, independientemente del capital aportado) y se basan en el apoyo mutuo (nos unimos porque todos/as ganamos. Estas propuestas son un medio (no un fin) para avanzar hacia un sistema alternativo a la lógica capitalista o estatista, y ponen en el centro al planeta y a las personas, por lo que su objetivo último es la transformación social y la democratización de la economía.
En la Montaña de León entre el 50 y el 90% del territorio sigue siendo de propiedad colectiva, y a nivel de todo el Estado representa más de 4 millones de hectáreas, el mayor territorio comunal de toda Europa. Además hay multitud de prácticas comunitarias tradicionales que aún sobreviven y que han asegurado la supervivencia a lo largo de los siglos. Todo ello forma parte de la Economía Solidaria, como explicará Alipio García de Celis, y como muestra el documental La Voz del Concejo (2016, Bambara Zinema) o el blog La nuestra tierra. Además hay muchas otras iniciativas, ya de ámbito empresarial, surgidas a lo largo de nuestro territorio en torno a sectores como el turismo, la producción ecológica y de alimentos, los cuidados, o la dinamización rural.
¿Cómo decidiste que querías dedicar tu vida a trabajar para incentivar y crear iniciativas de este tipo?
Siempre he estado vinculado a movimiento sociales y de transformación social. A finales de 2014, tras volver a León después de una década fuera, conozco a María Ramón, referente del movimiento cooperativo leonés, y decidimos, junto a Francisco Balado (Lyfer Asesores) y José Luis Ibáñez (1A Consultores), poner en marcha una entidad que ayude a impulsar esta otra forma de economía. Esa entidad es la cooperativa de iniciativa social Social Soluciones, desde la que ofrecemos servicios de asesoría, consultoría y formación para proyectos de Economía Social y Solidaria, y en la que yo me ocupo sobre todo de la parte formativa y creativa, de desarrollo de nuevos proyectos y de acompañamiento de iniciativas. La decisión personal de apostar por esta forma de economía surge por la necesidad de apoyar y aportar propuestas concretas y realistas a la crisis en plural que vivimo
De acuerdo con la Ley 5/2011 de 29 de marzo que regula la Economía Social, forman parte de la Economía Social todas las iniciativas que se enmarcan en alguna de las categorías allí tipificadas: cooperativas, empresas de inserción, centros especiales de empleo, sociedades laborales, sociedades agrarias de transformación, mutualidades, asociaciones con actividad económica, fundaciones…
Se presupone, por ejemplo, que una cooperativa siempre va a ser una entidad democrática y que una sociedad capitalista, por ejemplo una Sociedad Limitada, no. Sin embargo en la realidad una forma jurídica no garantiza per se que una iniciativa socioempresarial tenga un carácter transformador, entendemos que la esencia de la Economía Social no puede venir definida por la forma jurídica, sino más bien por la dinámica de funcionamiento y por sus principios y valores (autogestión democracia, apoyo mutuo,…), y aunque la forma más tradicional y característica de la Economía Social es la cooperativa, no todas las cooperativas los llevan a la práctica, y por tanto no siempre las consideramos parte de la Economía Social (Embutidos Rodríguez o Manufacturas Teleno, por ejemplo), e igualmente hay empresas organizadas en otras formas jurídicas, como S.L. o autónomos, que sí se sustentan en estos principios y valores y por tanto forman parte de la red de la Economía Social.
¿Qué podemos aprender de Carcaboso (Premio Unesco 2016 a la sostenibilidad por las iniciativas comunitarias y de desarrollo sostenible del ayuntamiento)?
Creo que lo más importante que aporta la gobernanza de Carcaboso de los últimos años es la de no infantilizar a sus vecinos/as y hacerles partícipes de las decisiones colectivas y proponiendo decisiones creativas, sostenibles y realistas frente a los retos actuales, muy en la línea del Movimiento en Transición surgido en Totnes (Inglaterra) en el año 2006.
Este municipio, que ya en 2010 se autoproclamó Zona Libre de Transgénicos, ha creado en instalaciones municipales un obrador colectivo para pequeños/as productores/as de conservas que incluso pueden utilizar si lo desean la propia marca comercial municipal, “La Cárcaba”, iniciativa que se ha replicado en muchos otros municipios, entre ellos Corullón, en El Bierzo. Además, el ayuntamiento gestiona un banco de tierras para destinarlas a producción ecológica, ha impulsado la bioconstrucción, un centro de formación en agroecología, gallineros comunitarios, y ha sustituido las plantas ornamentales por jardines comestibles y árboles frutales. Son todas ellas iniciativas sencillas, transformadoras y que no requieren grandes recursos económicos, ésa es otra de las grandes aportaciones de Carcaboso para los tiempos que están por venir.
El precio de la matrícula del curso es de 50 euros, cantidad que se reduce a 40 para estudiantes universitarios, personas en situación de desempleo y a todos aquellos que estén vinculados a la economía social.
La inscripción se puede formalizar en la Unidad de Extensión Universitaria y Relaciones Institucionales, en el Edificio El Albéitar (Avda. Facultad de Veterinaria nº 25. 24071 León), en los teléfonos 987291961 y 987293372 o directamente aquí.
Desarrollo local y oportunidades de negocio en Economía Social (UNED)
El Campus Noroeste de la UNED, en el marco del Observatorio Territorial del Noroeste, organiza conjuntamente con la Unión Leonesa de Cooperativas el Taller “Economía Social, Desarrollo Local y oportunidades de negocio”. Los/as ponentes son socios/as de la cooperativa Social Soluciones, S.Coop. de Iniciativa Social, empresa de servicios que presta asistencia técnica a la Unión Leonesa de Cooperativas, Ulecoop, (entidad esta última con la que la UNED tiene suscrito un convenio de colaboración).
Economía Convencional y Perspectivas Críticas
Curso de Experto Visiones del Desarrollo, Alternativas y Herramientas para la Transformación Social. Universidad de Córdoba.
Profesorado:
Germán Ferrero y David P. Neira[1]
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1. Introducción
2. Qué es la Economía Convencional
2.1 El mercado como centro de lo económico
2.1.1 Algunas críticas al PIB
3. Abriendo perspectivas…
4. Algunas ideas sobre la mesa…
5. A modo de conclusiones
6. Bibliografía
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1. Introducción[2]
“Economía” es una palabra que está inmersa de lleno en el lenguaje cotidiano, y como tal, su significado y sus acepciones se encuentran muy arraigadas en el subconsciente colectivo: hablar de Economía (en mayúsculas) es hablar de dinero. Ahora bien, alguna vez nos hemos preguntado ¿Qué es el dinero? ¿Cómo se “produce” el dinero? ¿Existen formas de entender la economía que tengan en cuenta más cosas que el dinero? ¿Qué debemos tener en cuenta al pensar en modelos económicos alternativos? Sin duda, estas la reflexión colectiva sobre estas cuestiones son fundamentales a la hora de pensar imaginarios futuros y construir realidades económicas presentes que transiten por otros caminos. Reflexionar sobre estas cuestiones y dar algunas claves estructurales, digamos, es el objetivo final de este módulo. Sin embargo, para poder pensar en alternativas, el primer paso es conocer el discurso dominante desde, entender su retórica y la justificación que éste se da a sí mismo. Esta será la primera parte del presente texto. En una segunda parte se darán algunas pinceladas para poder entender la economía desde otras perspectivas epistemológicas más acordes a las “nuevas” corrientes de pensamiento feminista y de ecología social.
Antes de entrar en materia nos gustaría hacer un pequeño paréntesis y poner encima de la mesa dos distinciones teóricas que, a nuestro entender, servirán a lo largo de todo el texto para evaluar el grado profundidad con la que se deconstruyen y reconstruyen los discursos económicos en torno a las propuestas que tratan de construir otros modos alternativos de Economía. Al hablar de economía, como un campo de conocimiento y de relaciones específico, es necesario distinguir entre lo que en este trabajo se ha denominado: Principios Rectores y Enclaves Estructurales. Los Principios Rectores de la economía serían, digamos, como las normas/reglas de comportamiento/funcionamiento explícito/implícito que son reconocidas y legitimadas institucionalmente (independientemente de que se cumplan o no) y que guían las relaciones e intercambios socio-económicos. Los Principios Rectores pueden ser definidos como disposiciones adquiridas de comportamiento que se construyen social e históricamente en un determinado espacio social (Bourdieu, 2000). Los Enclaves Estructurales hacen referencia, digamos, básicamente a dos cuestiones bien diferentes. Por un lado a la jerarquización del sistema económico en relación al sistema social y ambiental, y por otro, a la centralidad, significatividad y subordinación de los diferentes espacios sociales, algunos de ellos considerados como económicos y otros no.
2. Qué es la Economía Convencional
Un sistema económico es una determinada forma de organización del trabajo humano y las relaciones con la naturaleza para obtener los bienes y servicios que cubren las necesidades de una determinada sociedad. Los sistemas económicos son un conjunto de normas y formas de funcionamiento que deciden qué trabajo se realiza, qué bienes y servicios se producen, cómo se realiza el trabajo y cómo se utilizan los productos resultantes. Para la economía convencional, la mejor forma de organizar esta relación entre recursos y necesidades es el Mercado.
El esquema general de funcionamiento de la economía convencional se puede resumir mediante el esquema representado en la figura 1. Esta descripción del sistema económico se conoce como flujo circular de la renta (Figura 1): la corriente de pagos e ingresos que gira alrededor de las empresas y los hogares. Así, para el enfoque convencional el sistema económico es cerrado y no estable ningún tipo de relación con el exterior (ni ambiental, ni social…). Todo nace y muere en el mundo del dinero. Nada sale del círculo, el sistema económico se presenta como cerrado, autosuficiente y equilibrado.
Figura 1. Flujo circular de la Renta: Empresas/Consumidorxs y Mercados de Bienes y Servicios
Se genera así “un flujo de bienes y servicios a cambio de un flujo monetario que se considera son distintos, pero tienen un “valor equivalente”. El esquema de funcionamiento implica que las empresas adquieren factores de producción (capital, trabajo, tierra) en el mercado de factores de producción y a cambio los pagan o remuneran con salarios (remuneración del trabajo), alquileres (remuneración de inmuebles y tierra) y beneficios (remuneración del capital). Las empresas combinan factores de producción mediante una determinada tecnología para transformar y “producir” bienes y servicios que venden en el mercado de bienes y servicios. A cambio de esta venta obtienen un pago que constituye un flujo monetario de ingresos. Estos ingresos son los que se distribuyen entre los factores de producción. Por otra parte, los/as consumidores/as o familias o economías domésticas son los/as propietarios/as de los factores de producción que venden en dicho mercado: tierra, capital y trabajo. A cambio de vender los factores de producción obtienen una renta que es pagada por las empresas como remuneración a los factores productivos. Este flujo monetario o renta es destinado por los/as consumidores/as a comprar bienes y servicios en el mercado. Estas compras constituyen un flujo monetario o gasto que se traduce en el ingreso de las empresas a cambio de los bienes y servicios que estas producen”.
En este esquema, la Administración Pública (sector público) se encarga de contratar factores en los hogares a través de retribuciones y de generar otra serie de bienes y servicios que por lo general no tienen precio en el mercado (bienes y servicios públicos). Otro papel que se le suele atribuir a las Administraciones Públicas son las labores redistributivas a través de transacciones mediante impuestos y transferencias. Finalmente, la relación de un país con el sector exterior también altera el flujo circular de la renta ya que parte de la producción de las empresas se destina a las exportaciones y a cambio obtiene ingresos que se incorporan al flujo monetario. A la vez se importan bienes y servicios que son adquiridos por los/as consumidores/as que destinan parte de su gasto a estas compras en el exterior. Por simplificar, el sistema financiero y las relaciones comerciales con otras economías no se han incluido en el esquema.
Por lo tanto, según la visión dominante, existen dos tipos de mercados, los mercados de bienes y servicios y los mercados de factores. De esta forma la economía de mercado, según el discurso dominante, permite “que los recursos económicos se asignen con más eficiencia que cualquier otro sistema. El mercado implica especialización, por lo que cada uno producirá aquello para lo que está mejor dotado o en lo que tiene una ventaja comparativa. El mercado implica una evaluación continua de los costes y beneficios, lo que llevará a que los recursos se asignen de acuerdo con esta valoración, y si lo que se persigue es el máximo beneficio (rentabilidad), se impondrá una buena asignación de los recursos escasos con los que cuenta cada individuo o agente y la propia sociedad en su conjunto” (Cuadrado; 2006: 30). Para que estas relaciones se produzcan, los individuos deben comportarse de manera egoista y “maximizar su utilidad” individual. Así, el “comportamiento egoísta (búsqueda del propio bien o, mejor, del propio beneficio) y competitivo de los agentes conduce a lograr la solución más adecuada para el conjunto. En cada sector de la vida económica los mercados aseguran —en principio— la coordinación entre las decisiones independientes de los agentes individuales. Un mercado es el encuentro y confrontación entre los oferentes y los demandantes. Si los mercados pueden funcionar con plena libertad serán eficientes, en el sentido de que garantizan la realización permanente del equilibrio económico más satisfactorio posible, tanto para los individuos como para la colectividad” (Cuadrado; 2006: 30).
Eliminar cualquier barrera para que los individuos, pero sobre todo las empresas puedan actuar según sus propios intereses (que no tienen por qué ser los de bien común, y de hecho, no lo son), es lo que se conoce comúnmente como liberalizar los mercados. Según la retórica convencional el “sistema de toma de decisiones de carácter descentralizado por parte de los productores y de los consumidores reduce claramente los costes de información y transacción, cosa que no sucede en cualquier otro sistema donde sea preciso recoger y acumular la información para, más tarde y a nivel colectivo, tomar decisiones y definir las líneas de actuación de la economía, a las cuales se «sujetarían» (o deberían sujetarse, supuestamente) las decisiones de los productores y de los consumidores” (Cuadrado; 2006: 30). De esta forma el sistema de mercado “respeta la libertad del individuo. El comportamiento de cada agente o unidad no se encuentra «regulado» directamente por nadie en particular. El «voto» de cada individuo se expresa en el mercado con sus propias preferencias y su dinero o los recursos de los que dispone” (Cuadrado; 2006: 30).
Además, las personas defensoras del libre mercado utilizan la retórica del desarrollo para justificar los beneficios de la libre competencia. Es más, es común que los conceptos economía de mercado, crecimiento, desarrollo y modernización se utilicen de manera casi sinónima, aunque cada uno de ellos aporte determinados matices diferenciadores. En la retórica del desarrollismo capitalista se afirma que los “cambios en los precios relativos y la competencia inducen la rápida introducción de innovaciones y cambios técnicos en los productores; inducen a efectuar los cambios necesarios en la producción (proceso de producción y productos/servicios ofrecidos); e inducen también a reformar lo que sea necesario en la organización de la unidad productiva para poder subsistir en un mercado concurrido y competitivo. Si algo han demostrado las economías de mercado en la realidad es su enorme capacidad de readaptación a los cambios y de generación de innovaciones” (Cuadrado; 2006: 31)
2.1 El mercado como centro de lo económico
A nivel de discurso, la economía se organiza a través de una estructura dicotómica de pares que identifica Economía con mercado capitalista y Trabajo con actividad remunerada. Así, Mercado y Trabajo Asalariado se convierten en la Norma, y el resto de trabajos e intercambios se convierten en las excepciones no económicas o en simples tareas “altruistas” (ib.). Estas distinciones teóricas (que funcionan en la práctica) tienen implicaciones muy importantes en relación a los papeles desiguales que jugamos cada una de las personas en la sociedad en relación a las categorías de género que nos son auto-asignadas en la sociedad y que en mayor o menor medida nosotr*s asumimos y reproducimos: lo económico, lo valorado, lo significativo… históricamente ha sido adscrito al campo de lo masculino (cuestión que no es de extrañar por otro lado ya que la inmensa mayoría del discurso público ha sido elaborado por varones); mientras que el “resto”: lo no valorado, lo no significativo, lo no económico… ha sido adscrito históricamente (por los varones) a lo femenino (ib.).
La representación gráfica del funcionamiento del mercado se recoge en el gráfico 2. Según la teoría económica al uso, los mercados perfectamente competitivos son aquellos que tienen un gran número de empresas que compiten entre sí, numerosas personas que quieren comprar los bienes y servicios, ninguno de los agentes económicos controla el mercado y existe información perfectamente distribuida por los agentes. Bajo estos supuestos se da lo que se denomina el equilibrio del mercado, donde la oferta es igual a la demanda. El punto de corte entre la oferta y la demanda determina la cantidad de bien o servicio producido eficiente, al igual que el precio eficiente. Cuando unas de estos supuestos no se cumplen (¡nunca se cumplen!!!) se les denomina “fallos de mercado”. Y según la propia teoría neoclásica (es la forma académica de denominar a la teoría dominante) los desequilibrios que se producen en una economía de mercado tienden a ser siempre temporales. El funcionamiento de un mercado concurrencial tiene la ventaja de eliminar automáticamente (o con un desfase de tiempo relativamente corto) cualquier desequilibrio que sea consecuencia de un choque que haya afectado a la oferta o a la demanda.
Gráfico 2. Equilibrio de mercado en competencia perfecta, donde p es el precio de mercado y Q la cantidad demandada-ofrecida.
Los precios establecidos en la ofertan y la demanda en los mercados “juegan un papel de indicadores o de señal para una correcta asignación de los factores a las distintas actividades productivas, y también para ajustar la demanda de los consumidores a una escasez de bienes ofrecidos (que en bastantes casos tenderá, además, a ser transitoria, puesto que el alto precio incitará que se produzcan aumentos en la producción de tales bienes). Un ajuste del mismo tipo deberá producirse siempre que se produzca un choque o cambio que implique una elevación de los costes de producción y, por consiguiente, de los precios.” (Cuadrado; 2006: 30-31).
Desde las posturas más liberales, el papel del Estado se considera que interviene en el libre funcionamiento del mercado. Esto se denomina “intervencionismo”. Ya que el “sector público y el privado plantean maneras diferentes de acceso a los servicios y bienes. La lógica privada es la mercantil, producir mercancías para venderlas y que los capitalistas obtengan un beneficio. (…) Como en el capitalismo la producción y distribución de los recursos obedece a la lógica del máximo beneficio para el capital, en el mismo se procura la mercantilización al máximo de todos los aspectos de la vida de las personas. En este sistema, las conquistas sociales, la provisión de servicios públicos no mercantilizados, van a tener siempre un carácter muy limitado” (Seminari d'economia crítica Taifa; 2008).
Por último, cabría señalar que el objetivo último del sistema económico actual es el crecimiento económico. O, dicho de otra forma, la reproducción ampliada del capital: “la obligación de crecer es pues consustancial con el capitalismo. El capitalismo solamente puede existir (…) como crecimiento material perpetuo para compensar la disminución del valor” (Jappe; 2009). El Producto Interior Bruto es el indicador, el agregado macroeconómico, que intenta medir la actividad monetaria que se produce en un determinado país o economía (dentro del flujo circular de la renta). Es decir, el PIB pretende recoger el valor de todos los bienes y servicios finales producidos (en términos monetarios) en un territorio durante un periodo de tiempo concreto (generalmente un año) sumando todos los bienes y servicios producidos dentro del territorio. De esta forma, si con anterioridad se argumentaba que el fin último de la economía era el crecimiento económico, otra forma de decir lo mismo sería que el fin último de la economía es el incremento de PIB o lo que es lo mismo el incremento (cuantía y velocidad) de los flujos monetarios que circulan a través del flujo circular de la renta.
- Algunas críticas al PIB
Las críticas al PIB son numerosas y de diferente índole al igual que las críticas al concepto de desarrollo, progreso y crecimiento económico. En la realidad existe todo un dispositivo discursivo en torno a la idea de progreso y desarrollo que camufla, enmascara y dificulta la comprensión del fin último de la economía convencional: el crecimiento económico. En los últimos años, esta retórica del progreso y del desarrollo se ha ido complejizado más todavía con la aparición en escena del concepto de “desarrollo sostenible”. El desarrollo sostenible es el mismo desarrollo de siempre, es decir, crecimiento económico, solo que enmascarado en una retórica “verde”. En relación a las principales críticas del PIB como indicador de bienestar o de desarrollo se suele argumentar que para las estimaciones del PIB se suman como bienes ciertas “cuestiones” que en realidad podrían calificarse como males. Por ejemplo: un accidente de coche hace incrementar el PIB. Según la OCDE, por cada muerto por accidente de tráfico se hace incrementar el PIB unos 75.000 euros. También contabiliza como positivo y hace incrementar el PIB, y por lo tanto es interpretado como un incremento del bienestar y desarrollo de un país, desastres ambientales, el incremento del gasto militar, que haya más enferm*s, etc.
Por otro lado, desde la economía feminista se viene denunciando la invisibilidad del trabajo que realizan las mujeres para el mantenimiento de la sociedad y en concreto que este trabajo no es contabilizado ni valorado en la Contabilidad Nacional (ni en el PIB, claro). El trabajo históricamente asumido por las mujeres en el ámbito de lo privado (cocinar, limpiar, fregar, llevar la organización de la casa, cuidar a las personas y los vínculos, vestir a l*s nin*s y a los no tan nin*s…), al no pasar por el mercado y no estar remunerado, este trabajo no se contabiliza de forma directa en la Contabilidad Nacional[3]. Es más, el desprecio histórico por el trabajo realizado por las mujeres aún se puede leer en los manuales de contabilidad al uso:
Es un atentado casarse con su cocinera
Usted no lo haga. Los tiempos no son buenos. Desde los albores de la contabilidad nacional se repite que si un hombre se casa con su cocinera se reduce la renta nacional. Y es cierto. Los servicios de la cocinera engrosaban la corriente de bienes y servicios adquiridos. Una vez que la boda se produce, aunque la cocinera siga ejerciendo su oficio en el seno de la familia, y aun suponiendo que, pasado el tiempo de merecer, la calidad de su cocina no disminuye, tal servicio no se incluye en la renta nacional.
Haciendo un esfuerzo de síntesis, las principales críticas que se le suelen hacer al PIB como indicador serían que:
- El PIB no refleja la distribución de los bienes (aunque la renta se incremente no tiene por qué haber distribución de la misma; la realidad parece mostrar que cada vez hay mayor concentración). Apropiación de plusvalías.
- El PIB no refleja aspectos cualitativos ni la composición de los bienes producidos (¿qué pasa con la cualidad de lo que se produce?).
- El PIB no incluye los bienes y servicios no mercantilizados. Así, por ejemplo, en el PIB solamente se incluye el consumo de agua embotellada y no la de la fuente. Este ejemplo ilustra una paradoja fundamental en economía: aunque en teoría beber agua de la fuente o embotellada sirve para lo mismo; la segunda tiene un mayor impacto en términos de “destrucción” de recursos que la primera; la destrucción de riquezas físicas del planeta se traduce directamente en hacernos más ric*s en términos monetarios.
- El PIB no incluye el trabajo no mercantilizado (la mayor parte de éste está asociado al trabajo en torno al ámbito doméstico y los cuidados, pero no exclusivamente), solamente al trabajo asalariado. Apropiación del trabajo no mercantilizado.
- En el PIB se contabilizan como bienes algunas producciones que en realidad son males: armas, accidentes, enfermedades…
- El PIB no refleja el impacto de la actividad económica en la Biosfera (la contaminación, los residuos…)
- El PIB no refleja el agotamiento de los recursos naturales (el agotamiento del petróleo, la pérdida de suelo fértil…). Es más, contabiliza como positivo su agotamiento.
- El PIB considera como renta los Gastos Defensivos (inversiones para reparar los daños ambientales, daños sanitarios…).
¿Y el PIB es considerado un indicador de Bienestar? A raíz de las críticas expuestas, parece claro que el PIB está muy lejos de ser una medida del Bienestar Humano, o de ser un indicador de desarrollo (no contempla cuestiones cualitativas, ni de distribución, valora de forma desigual los trabajos, valora como positivo el deterioro ecológico…). Aun así, se podría argumentar que el PIB puede ser utilizado como una herramienta técnica que mide la actividad en los mercados y que no se le puede pedir más.
Sin embargo, en la vida pública, el PIB desempeña un papel muy distinto: (1) es una de las herramientas intelectuales más importantes que se utiliza desde la ciencia económica (al uso) para comprender la economía; (2) es más, es la herramienta (la contabilidad nacional) de análisis económico por excelencia y (3) el fin último de nuestras economías sigue siendo el crecimiento económico medido a través del PIB, y se sigue equiparando desarrollo y progreso al incremento del PIB. Solamente hay que abrir un periódico e irse a la página de economía y leer cuáles son las principales preocupaciones de “l*s agentes económicos”. Un ejemplo más o menos reciente: en 2008 l*s mandarati*s del G-20, más el Estado español y Holanda, anunciaron que se habían comprometido a llevar a cabo una reforma de los mercados financieros para dotarlos de mayor transparencia y a "trabajar juntos para restaurar el crecimiento global” (El Mundo, 2008). Y es, en este sentido, que deberíamos tener bien presente lo que Gustavo Esteva planteó en su día: “hay que tener miedo, no al fracaso del desarrollo, sino a su éxito” (en Sachs, 1995).
3. Abriendo perspectivas…
En palabras de Nicholas Georgescu-Roegen, un* de l*s fundador*s de la economía ecológica, “nada podría ser más alejado de la verdad que afirmar que el proceso económico es una cuestión aislada y circular, tal como presenta el análisis tradicional (…) el proceso económico está cimentado sólidamente en una base material sujeta a determinadas restricciones”. Por lo tanto la Economía, lejos de ser un sistema cerrado, autosuficiente y equilibrado, constituye un sistema abierto, dependiente y desequilibrado; que intercambia materiales y energía con la Biosfera y este intercambio está sujeto a las leyes de la termodinámica[4]. Tener en cuenta que la economía constituye un subsistema de la biosfera es, a nuestro entender, echar por tierra el primer enclave estructural en el que se apoya la actual noción de economía. Que la economía sea un subsistema de la biosfera implica que, sea como sea, los principios rectores de la economía no sirven para gestionar la biosfera ni las relaciones entre economía-naturaleza. Entre otras cosas, porque la biosfera nada entiende de criterios monetarios.
Por otro lado, como ya hemos visto, desde la economía feminista se deconstruye el segundo enclave estructural en el que se basa la economía al uso. La economía no es cerrada, ni autosuficiente, ni equilibrada no solamente porque esté cimentada sólidamente en una base material sino también porque existen otros espacios económicos que han sido históricamente infravalorados e invisibilizados, que sostienen la economía, y, por lo tanto, sin ellos no podría existir la economía de mercado. Estos espacios serían: la Economía Política Doméstica, la Economía Política de los Cuidados (Pérez Orozco, 2006 y Carrasco 2001) y la Economía Política de la Sexualidad (Gayle Rubin, 1986). Desde la economía feminista (de la ruptura) se cuestiona la hegemonía del mercado como espacio económico central y se pone de manifiesto que la mayoría del trabajo es trabajo no remunerado realizado fuera del mercado capitalista aproximadamente en una relación de 50-50% y asociado a los trabajos domésticos y de cuidados, del cual el 80% lo realizan las mujeres (Gálvez, 2010). La distinción inicial entre principios rectores y enclaves estructurales cobra su pleno sentido cuando elaboramos una representación más completa del sistema económico:
Gráfico 3. Sistema económico ampliado desde un enfoque de economía feminista y economía ecológica
Fuente: Elaboración propia a partir de Naredo (2003); Pérez Orozco (2006) y Rubin (1987)
Notas:
El Metabolismo Social hace referencia al Troughtput físico de entada y salidas de materiales y energía. El metabolismo social nos dice que las sociedades, al igual que los organismos, cogen de la biosfera materiales y energía de alta calidad, los utiliza, y expulsan materiales y energía de baja calidad.
La regla del notario: hace referencia a las desigualdades en la valoración del trabajo. A medida que subimos en la regla del notario una misma unidad de trabajo se encuentra mejor remunerada. Eso sí, el trabajo realizado fuera del ámbito de la economía política del intercambio del mercado y la economía financiera el trabajo no encuentra remuneración alguna.
Cabe destacar que desde posturas alternativas se viene trabajando de forma crítica mayoritariamente los principios rectores de la economía y no sus enclaves estructurales. Así, por ejemplo, desde ciertas posturas de economía crítica (o alternativa) se vienen promoviendo valores de cooperación y solidaridad en vez de los “tradicionales” de competencia… otra de las reivindicaciones históricas de la economía crítica es la del reparto de plusvalía entre l*s trabajador*s (en la esfera pública). Pero, ¿qué es el trabajo? ¿Por qué se remunera el trabajo realizado en unos espacios y en otros no? Como analizaremos más adelante, muchas de estas propuestas alternativas cuestionan de una manera profunda los principios rectores, pero tienen un importante camino de reflexión a realizar en torno al nivel de cuestionamiento de los enclaves estructurales sobre los que se construyen.
Al adoptar un enfoque de economía ecológica el primer enclave estructural enunciado anteriormente se viene abajo: la economía constituye un subsistema de la biosfera y por lo tanto tiene que respetar sus normas de funcionamiento: cerrar los ciclos, no transportar demasiado lejos, evitar los xenobióticos, vivir del sol… y sobre todo viene advirtiendo la imposibilidad de crecer de forma ilimitada en un mundo físicamente finito. En la actualidad el consumo de materiales y energía a nivel planetario ha superado la capacidad del planeta por lo que, en términos físicos, necesitamos decrecer. Y de ahí viene una parte importante de las propuestas en torno al decrecimiento. Es desde el enfoque de la economía feminista desde donde se echa por tierra el segundo enclave estructural y se propone un giro copernicano en relación a la jerarquización y valoración de los espacios. Si el objetivo de la economía es la de satisfacer realmente las necesidades y no la de producir valor añadido, es necesario salir de la centralidad del mercado para focalizar una mayor atención en los espacios y trabajos que realmente están destinados a satisfacer las necesidades. Una política económica centrada en satisfacer necesidades en base a los principios de la sostenibilidad de la vida (Carrasco, 2001) implicaría revertir la jerarquía del gráfico 3.
4. Algunas ideas sobre la mesa…
Una vez dibujado un sistema económico más acorde a su “funcionamiento real” cabría decir que las relaciones entre el concepto de Decrecimiento y Economía no son simples, sino por el contrario, complejas. Cuando hablamos de decrecimiento ¿a qué nos estamos refiriendo?: al PIB, al Consumo Biofísico, al Trabajo (asalariado?¿), o ¡a todas a la vez! A nivel general y tomando como principio rector la Sostenibilidad de la Vida (de las personas, de los ecosistemas y de otros seres sintientes que forman parte de ella), se podría decir que sería necesario una reestructuración social, a la vez que un reparto equitativo de las responsabilidades sociales en y para el mantenimiento y la (re)producción de la vida que implicaría a grandes rasgos (Pérez Orozco, 2006; Carrasco 2001):
- La descentralización del mercado (y la generación de plusvalías) como centro hegemónico de lo “económico”, a la vez que una politización de las necesidades.
- Una reorganización socioeconómica de los Tiempos y de los Trabajos.
- No solamente realizar una crítica al trabajo asalariado, sino una crítica al trabajo en sí en base a su concepción productivista: trabajar menos para vivir mejor.
- Ojo, cuidado con el sesgo androcéntrico del trabajo: toda actividad que forme parte de los procesos de la sostenibilidad de la vida debería ser considerado como trabajo. Trabajar menos sí, pero en base a unos criterios de equidad tanto en el reparto del trabajo como en la valoración del mismo, lo que incluye la corresponsabilidad en los trabajos domésticos y de cuidados
- Al mismo tiempo es necesario empezar a debatir qué debe ser considerado trabajo, qué trabajos son necesarios, cuáles menos, cuáles son alienantes…
- Un decrecimiento físico en el uso de Materiales, Energía y Agua para Satisfacer nuestras necesidades. Según Riechmann (2006):
- Reducción del 50% del uso de energía no renovable (75% para las economías enriquecidas).
- Reducción del 50% del uso de los materiales (90% para las economías enriquecidas).
- Autolimitación del uso de espacio bioproductivo (tierra) al 50% (territorio, diversidad, etc.).
- El punto tres no será posible sin una Reorganización Socio-Económica Espacial de nuestras sociedades. Por lo tanto sería necesario revertir:
- El proceso de industrialización, y en especial el de la agricultura.
- El proceso de creación de Metrópolis.
- El incremento de la Movilidad.
- La articulación de la producción de mercancías a escala mundial.
5. A modo de conclusiones
En este pequeño texto hemos abordado la distinción entre principios rectores y enclaves estructurales. Distinción que nos permite entender y discutir el grado de profundidad de las críticas y las nuevas aproximaciones económicas. Así mismo, hemos dibujado las principales ideas y argumentos que sostienen la teoría económica al uso basada en el flujo circular de la renta, el crecimiento económico, el egoísmo individual y la propiedad privada. Por último se han presentado algunas ideas que permiten romper los enclaves estructurales a la hora de entender la economía y pensar en nuevos imaginarios.
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Pérez Orozco, A. (2006): Perspectivas feministas en torno a la Economía: el caso de los cuidados. En Ed. Consejo Económico y Social.
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Soler Montiel, M. y Pérez Neira, D. (2011): “Enfoque y Escuelas de Pensamiento Económico”. Material preparado para el I Curso de Especialización en Soberanía Alimentaria y Agroecología Emergente de la Universidad Internacional de Andalucía.
[1] [email protected] y [email protected]
[2] El presente texto ha sido configurado en base a dos materiales previos: Pérez Neira y Cuellar Padilla (2010) y Soler Montiel y Pérez Neira (2011).
[3] La primera encuesta del uso del tiempo con carácter oficial fue realizada por el Instituto Nacional de Estadística para el año 2002-2003. La Encuesta de Empleo del Tiempo (EET) tiene como objetivo principal obtener información primaria para conocer la dimensión del trabajo no remunerado realizado en los hogares, la distribución de las responsabilidades familiares en el hogar, la participación de la población en actividades culturales y de ocio, y el empleo del tiempo de grupos sociales especiales (jóvenes, desempleados, ancianos, etc.). Aun así, la encuesta del tiempo no entra a formar parte del núcleo duro de la Contabilidad Nacional sino algo así como “cuenta satélite”. La EET está relacionada con la elaboración de una Cuenta Satélite de los Hogares dentro de la Contabilidad Nacional. Esta Cuenta Satélite realiza una valoración monetaria de las “actividades productivas no de mercado de los hogares”.
[4] La primera ley de la termodinámica (ley de la conservación de la energía) nos dice que la energía no puede destruirse ni crearse. Mientras La segunda ley de la termodinámica dice que, aunque la cantidad de energía se mantenga constante, su calidad disminuye inexorablemente.
Perspectiva histórica del capitalismo: breve relato de la construcción del capitalismo
Curso de Experto Visiones del Desarrollo, Alternativas y Herramientas para la Transformación Social. Universidad de Córdoba.
Profesorado:
Germán Ferrero y David P. Neira[1]
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1. Introducción
2. Momentos históricos de la configuración del capitalismo
2.1 Acumulación originaria
2.2 Expansión industrial, taylorismo y fordismo
2.2.1 La impronta Keynesiana
2.3 Postkeynesianismo, postfordismo y globalización económica
3. A modo de reflexiones finales
4. Bibliografía
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1. Introducción
El actual sistema de pensamiento económico, así como su configuración práctica no ha surgido de la nada, ni ha sido el resultado de un proceso de “evolución” de la historia ni mucho menos un fruto de la evolución natural. La configuración del capitalismo implicó un largo y arduo relato tras el cual el trabajo, la tierra y el dinero se fueron convirtiendo en mercancías mediante un proceso político/institucional que fue configurando las reglas y las normas del juego de lo económico. Reglas y procedimiento que se han ido complejizando a lo largo de la historia hasta configurar el actual modelo económico. Modelo que se basa en nuevas formas de “producción” y apropiación, al mismo tiempo que es retroalimentado por las nuevas formas de consumo, así como sus discursos generadores de nuevas subjetividades mercantilizadas.
Así, en este primer texto introductorio se presenta un breve relato de la historia del capitalismo desde la economía política en base a diferentes textos que hacen especial hincapié en los conflictos capital-trabajo y las diferentes articulaciones que ha seguido el capital para profundizar en los mecanismos de desposesión. Tres momentos históricos han sido diferenciados en este texto. El primero hace referencia a la llamada “acumulación originaria”, el segundo al desarrollo del capitalismo desde el industrialismo hasta el modo de producción fordista y el último, el más actual, la consolidación de la globalización económica (o postfordismo).
2. Momentos históricos de la configuración del capitalismo
- Acumulación originaria
Los procesos de desposesión y de privatización son intrínsecos a la acumulación y éstos no solo fueron decisivos “para explicar los aspectos más crueles del colonialismo, sino que hasta hoy mismo las políticas de desposesión (administradas para la inmensa mayoría por una alianza non sancta de poder empresarial y estatal) del acceso a la tierra, al agua y los recursos naturales está induciendo gigantescos movimientos de agitación global. El llamado «acaparamiento de tierras» en toda África, América Latina y gran parte de Asia (incluidas las grandes desposesiones que están teniendo lugar ahora mismo en China) son sólo el síntoma más obvio de la política de acumulación por desposesión con formas que ni siquiera Polanyi podría haber imaginado. En Estados Unidos, las tácticas de expropiación legal, junto con la brutal oleada de desahucios que han provocado enormes pérdidas, no sólo de valores de uso (millones de personas sin techo), sino también de los ahorros duramente ganados y de valores insertos en el mercado de la vivienda, por no hablar de la pérdida de pensiones y de derechos sanitarios y educativos y otras prestaciones, indican que la economía política de la desposesión directa sigue funcionando en el mismísimo corazón del mundo capitalista. Lo paradójico es, por supuesto, que esa forma de desposesión está siendo ahora administradas cada vez más bajo el disfraz virtuoso de la política de austeridad supuestamente requerida para devolver a un capitalismo achacoso a una situación pretendidamente sana” (Harvey; 2014: 96).
Quizá, como afirma Polanyi (1989 {1944}: 291) “la empresa más extraña de todas las emprendidas por nuestros antepasados consistió […] en aislar a la naturaleza y hacer de ella un mercado”. Y al mismo tiempo, como afirma Silvia Federici (2010) cuando se perdió la “tierra y se vino abajo la aldea, las mujeres fueron quienes más sufrieron. Esto se debe en parte a que para ellas era mucho más difícil convertirse en vagabundos o trabajadores migrantes: una vida nómada las exponía a la violencia masculina, especialmente en un momento en el que la misoginia estaba en aumento. Las mujeres también eran menos móviles debido a los embarazos y el cuidado de los niños, un hecho pasado por alto por los investigadores que consideran que la huida de la servidumbre (a través de la migración u otras formas de nomadismo) es la forma paradigmática de lucha. [...]. Lo que pongo en discusión es que fuese la crisis poblacional de los siglos XVI y XVII, y no la hambruna en Europa en el XVIII (tal y como ha sostenido Foucault) lo que convirtió la reproducción y el crecimiento poblacional en asuntos de estado y en objeto principal del discurso intelectual. Mantengo además que la intensificación de la persecución de las “brujas”, y los nuevos métodos disciplinarios que adoptó el estado en este periodo con el fin de regular la procreación y quebrar el control de las mujeres sobre la reproducción tienen también origen en esta crisis”.
Marx denominó acumulación originaria a los primeros episodios históricos del capitalismo. Y en propio Marx escribía: “Se nos explica su origen contándolo como una anécdota del pasado. En tiempos muy remotos había, por un lado, una elite diligente, y por el otro una pandilla de vagos y holgazanes. Ocurrió así que los primeros acumularon riqueza y los últimos terminaron por no tener nada que vender excepto su pellejo. Y de este pecado original arranca la pobreza de la gran masa (que aún hoy, pese a todo su trabajo, no tiene nada que vender salvo sus propias personas) y la riqueza de unos pocos, que crece continuamente aunque sus poseedores hayan dejado de trabajar hace mucho tiempo” (Marx; 2000 {1867}: Cap.XXIV). Sin embargo, la desposesión es algo cosustancial al capitalismo que ha sabido buscar nuevos mecanismos y formas de legitimación para absorber y concentrar plusvalías. De esta forma, en una primera fase del desarrollo del modelo económico actual “la acumulación primitiva de capital se da en un "medio" en el que las fuentes externas de suministro de mano de obra y de materias primas parecen inagotables. La primera, a través de la progresiva despoblación de las zonas rurales: La segunda, a través de la esquilmación de los recursos naturales de las colonias. (…) En esta primera fase la explotación capitalista del trabajo adquiere formas extremas: el salario viene a cubrir únicamente las necesidades inmediatas individuales de subsistencia, proporcionando los medios para que, después de largas jornadas, la mano de obra pueda recuperar sus fuerzas y reincorporarse al trabajo el día siguiente. (…) la posibilidad de sustituir la mano de obra de una industria por nuevas aportaciones procedentes de zonas rurales es un arma de presión en manos de los capitalistas para forzar a aceptar condiciones draconianas de trabajo so pena de efectuar dicha sustitución” (Pla; 2002). De la misma forma argumenta Federici (2010) que “la principal iniciativa del estado con el fin de restaurar la proporción deseada de población fue lanzar una verdadera guerra contra las mujeres, claramente orientada a quebrar el control que habían ejercido sobre sus cuerpos y su reproducción. Como veremos más adelante, esta guerra fue librada principalmente a través de la caza de brujas que literalmente demonizó cualquier forma de control de la natalidad y de sexualidad no-procreativa, al mismo tiempo que acusaba a las mujeres de sacrificar niños al Demonio. Pero también recurrió a una definición de lo que constituía un delito reproductivo”.
De esta forma, la “acumulación originaria” se refiere a aquella fase histórica del patriarcado/capitalista en la cual se empezaron a generar las condiciones sociales y políticas necesarias para la acumulación del capital. Proceso en el cual “transformación del trabajo, la tierra y el dinero en mercancías se logró mediante la violencia, el engaño, el robo, el fraude y actividades parecidas. Las tierras comunes fueron cercadas, divididas y puestas a la venta como propiedades privadas. El oro y la plata que constituían las primeras mercancías-dinero fueron robados a los habitantes nativos de las Américas Los trabajadores y trabajadoras se vieron obligados a abandonar la tierra para recibir el estatus de trabajadores asalariados «libres» que podían ser libremente explotados por el capital, cuando no directamente esclavizados. Tales formas de desposesión fueron fundamentales en la creación del capital, pero lo más importante es que nunca desaparecieron”. Paralelamente a este proceso tal y como nos desvela la ecología política feminista hubo un proceso “domesticación” del trabajo de las mujeres (recluido a los hogares) y la naturaleza.
- Expansión industrial, taylorismo y fordismo
Tras los primeros episodios crudos del capitalismo llevaron los segundos. Así, la “primera revolución industrial (fines del siglo XVIII–1760 y principios del XIX–1870), impulsada por el carbón, trajo un cambio en los sistemas de trabajo y dio lugar a la organización social capitalista. Aunque no produjo y no implicó cambios inmediatos en los patrones de consumo, contenía ya esa tendencia en germen, dado que conlleva modificación en los patrones de intercambio, que configuran nuevas formaciones sociales. La industrialización trajo una cada vez más acelerada transformación de la naturaleza en bienes que necesitan ser consumidos. El taylorismo, el fordismo y las políticas keynesianas son las grandes innovaciones de carácter económico que, junto con los aportes tecnológicos (electricidad, petróleo, motor de combustión interna) de la segunda revolución industrial, sentaron las bases del capitalismo durante el siglo XX” (Carosio; 2008: 132), segunda revolución que nace, como señala Pla (2002), “en el marco de una gran expansión del colonialismo que permite la conquista sucesiva de nuevas fuentes de materias primas”.
Ya en el siglo XX se produce en los países y territorios del norte global la paulatina expansión y aceleración del consumo, así como el consumo y posición social como articuladores de las relaciones de convivencia social. En este sentido, se puede afirmar que la “sociedad de consumo y la cultura del consumo son el ambiente mental y el modelo civilizatorio que comienza a abarcar el mundo a partir de la producción en masa viabilizada por la segunda revolución industrial. En el periodo que va de la (primera) gran depresión (1873) hasta la primera guerra mundial (1914), se comenzó a desarrollar el modelo producción–consumo, emblematizado por el fordismo, que fue el modo de regulación que a largo plazo le confirió estabilidad social al capitalismo (…) se basa en la venta masiva. La suma de la producción en cadena a la producción de mercancías significó un conjunto de transformaciones sociales y culturales, que produjo la implantación cotidiana de los sistemas de producción y reproducción mercantil (Alonso, 2004: 19) y sirvió de base para la propagación y cambio de escala del capitalismo. (…)” (Carosio; 2008: 132). De esta forma el “denominado “método fordista” de producción continuó y profundizó los principios de la “Administración Científica del Trabajo” propuestos previamente por Taylor: lucha contra la holgazanería y los tiempos muertos en el proceso de trabajo; división y fragmentación de los procesos productivos en tareas sencillas; diferenciación de las funciones de concepción (saber) y de ejecución (hacer) dentro de la empresa; intercambiabilidad de la fuerza de trabajo; establecimiento por parte de la dirección de las empresas –a través de las “oficinas de métodos” y de la aplicación de “métodos científicos”– de procedimientos de trabajo simplificados, así como de los tiempos medios requeridos para la realización de cada tarea encomendada, etc.
Por lo tanto, a partir de las formas de organización del trabajo Taylorista, Ford incorpora una serie de “innovaciones” que permiten incremetnar la capacidad productiva en términos de mercancías, pero sobre todo en términos de valor y que, según Riesco-Sanz (2014:27) revolucionarían “la organización del trabajo de la industria norteamericana de comienzos del siglo XX. La más famosa fue la cadena de montaje, es decir, la secuenciación de las distintas fases del proceso de trabajo y su interconexión por medio de una cinta transportadora que no sólo permitía luchar contra la “holgazanería” de los trabajadores (el ritmo de trabajo quedaba ahora sujeto al movimiento de las máquinas), sino también contra la pérdida de tiempo de los materiales al desplazarse (los componentes del proceso de trabajo quedaban ahora sincronizados)”. De esta forma los “métodos de racionalización y organización científica del trabajo de F. W. Taylor y la producción en cadena de Henry Ford dieron un giro al proceso mismo de producción de mercancías, al desarrollar la producción en gran escala, caracterizada por la generalización de bienes a relativo bajo valor por unidad. Si bien Ford toma lo esencial del taylorismo, lo supera en visión, porque incorpora la noción de consumo”.
Es decir, la producción en masa es la contracara del consumo en masa. De esta forma el consumo en masa es un nuevo “sistema de reproducción de la fuerza de trabajo, de una nueva política de control y gerencia del trabajo, una nueva estética y una nueva psicología, en suma, un nuevo tipo de sociedad democrática, racionalizada, modernista y populista” (Harvey, 1998: 120) donde “(…) la industria automovilística fue la llave para la transformación económica basada en la estandarización” (Carosio; 2008: 133). La cadena de montaje y el automóvil (icono de la movilidad privada e individual) durante décadas fue el símbolo (y sigue siendo) del capitalismo industrial triunfante. De esta forma la “producción en masa de productos estandarizados y la política de (relativos) altos salarios y de créditos para los empleados (aspectos ambos fundamentales para el surgimiento de una “sociedad de consumo” en Estados Unidos en 1920-1930), constituyeron otros aspectos reseñables del fordismo que obligan a pensar las relaciones de explotación y dominación en el capitalismo más allá del miserabilismo, la pauperización generalizada de las poblaciones o la extensión de la precariedad en el empleo.
La transición y el triunfo del taylorismo al fordismo radica en que “fueron capaces de aprovechar –y, al mismo tiempo, reforzar– algunas de las posibilidades abiertas por la expansión del capitalismo moderno como, por ejemplo, la incorporación al mundo industrial (y al trabajo asalariado) de millones de personas procedentes de sociedades tradicionales gracias a la simplificación y estandarización de los procesos de trabajo (una fuerza de trabajo más intercambiable y menos costosa). O, también, la transformación de los productores en consumidores de los bienes que producen (una sociedad de consumo de masas construida, principalmente, sobre las rentas del trabajo). O, por ejemplo, la mejora de la productividad a través de la innovación tecnológica y la progresiva mecanización y automatización de los procesos productivos (con la sustitución progresiva de trabajo humano por máquinas)” (Riesco-Sanz; 2014:27). Sin duda, una de las claves de fordismo fue incorporar las clases trabajadoras (de los países del norte global) en la espiral del consumo. Ya que, toda producción necesita un consumo que lo respalde. Esto fue especialmente importante después de la segunda gran depresión donde “os ingresos de la población no habían subido como para que el consumo siguiera creciendo. Los almacenes estaban llenos de mercancías que no podían ser vendidas y muchas fábricas comenzaron a despedir a sus trabajadores. La crisis económica en Estados Unidos alcanzó niveles de catástrofe. La producción industrial se redujo a 50%, las ventas de automóviles cayeron 65% y la desocupación aumentó de 1.5 millones a 13 millones. Se vio claramente entonces la necesidad de un ensanchamiento social, generalización y socialización real de la norma de consumo: a partir de 1933, el New Deal ("barajar de nuevo") fue la respuesta a la gran depresión y significó una serie de medidas para la reactivación de la demanda a través de la acción estatal; comenzó así el Estado de Bienestar, como conjunto de instituciones para entregar políticas sociales que permiten crear una fuerte infraestructura de consumos colectivos, de manera que se garantice la estabilidad económica. Así mismo, el modelo de producción fordista solamente se pudo sostener gracias a una fuerte división sexual del trabajo y el mantenimiento de esferas ocultas de la economía.
2.2.1 La impronta Keynesaiana
En este contexto, nace uno de los pensamientos económicos más importantes que llegan hasta la actualidad: el Keynesianismo. El casamiento del fordismo y el keynesianismo “se fortalece con éxito después de 1945 y constituye la base de un largo periodo de expansión capitalista que se mantuvo hasta 1973. Durante estos "treinta años gloriosos", el capitalismo en los países avanzados consiguió sostener fuertes tasas de crecimiento económico, acompañadas de una elevación del consumo de la sociedad en su conjunto. Y así se expandieron industrias como la automotriz, electrodomésticos, transporte, que fueron vistas como las grandes impulsoras del crecimiento. De la mano con este esquema de relaciones de producción, los Estados Unidos, que disponían de un considerable avance en términos de productividad industrial, consiguieron imponer su modelo de desarrollo. Exportaron su modelo de vida culturalmente a través del consumo e institucionalmente mediante acuerdos internacionales. Los acuerdos de Breton Woods (1944) transformaron el dólar en moneda–reserva mundial. Acompañando este proceso de desenvolvimiento industrial, apoyándolo y colaborando con él se van desarrollando las técnicas gerenciales, entre las que se destaca el marketing (…)”, que “se convierte en el principal impulsor de la dirección de las empresas y fue desarrollando un cuerpo de teorías y conocimientos profundamente influyentes” (Carosio; 2008: 134-135). El marketing, la publicidad… personas, instituciones, recursos y esfuerzos para “descubrir” las necesidades de lxs consumidorxs. O mejor dicho, para impulsar la creación de nuevos deseos de consumo que retroalimente la producción. Así el mundo del marketing trata de “desarrollar preferencias, pero en la práctica genera necesidades nuevas, que siendo siempre renovadas constituyen la condición indispensable del crecimiento industrial. Se postula que el mercadeo eficiente facilita la entrega de bienes y servicios que el público desea, integra la oferta y la demanda para cumplir con los objetivos de la sociedad y ayuda a superar las discrepancias entre producción y consumo” (Carosio; 2008: 136-137).
Después de la segunda guerra mundial la mercantilización de la vida empieza a expandirse (nuevas/viejas formas de acumulación por desposesión). De esta forma “el consumo se desprende de la tradición y comienza a depender de la publicidad y la promoción de ventas. La norma de consumo de masas supone una extensión de las pautas de consumo a la vez que una estandarización de los productos, pero también de los propios consumidores. Varios conceptos, como el confort y la moda, se convirtieron en formas de codificación social, y la publicidad construyó un sistema social de aspiraciones. Se comienza a constituir así un conjunto de demandas típicas para los hogares, un "standard package" o equipamiento básico del hogar, que forma un conjunto de demandas asociadas cada vez más amplias (Alonso, 2004: 19). Nuevos conceptos aparecen en los medios de producción de subjetividades (o comúnmente denominados de información) donde las organizaciones empresariales deben “aprender que su función no es producir bienes o servicios sino comprar clientes, hacer aquello que induzca a la gente a hacer negocios con ella” (Levitt; 1995{1960}: 40). Así, la nueva y poderosa industria “de la persuasión publicitaria utiliza elementos sociológicos, psicosociales, cognitivos y culturales, con un altísimo grado de tecnificación y profesionalismo, poniéndolos al servicio de la construcción de un universo simbólico apetecible. Pone en marcha motivaciones e instintos primarios de los consumidores, se excita el interés, se racionalizan los deseos para culminar en una actitud de consumo, convenciendo sobre la acción de compra, pero presentándola como si derivara de una decisión personal y voluntaria”, según Carosio (2008), que continúa: “la edad de oro del fordismo permitió que la situación preferente de Estados Unidos se convirtiera en hegemónica, de manera que se creó un patrón de vida y la cultura del consumo idealizado: el american way of life (automóvil + confort + productos desechables), que se transformaron en norma del comportamiento adquisitivo. Inició así la era del "confort" (comodidad) como objetivo vital y como manifestación de calidad de vida”. (Carosio; 2008: 138).
El keynesianismo, que puso su mirada a la demanda agregada, partía de la idea de que los “salarios pueden ser vistos de dos maneras: como un coste para las empresas, pero también, y esto es lo interesante, como la fuente principal del gasto en consumo. Paradójicamente si los salarios son «excesivamente» bajos y los beneficios «excesivamente» altos, puede ocurrir que el gasto en consumo no aumente de forma suficiente como para que los empresarios puedan vender en el mercado toda su producción, y por lo tanto garantizar su beneficio. A esta situación, que ha sido recurrente en numerosas crisis económicas a lo largo del siglo XIX y de buena parte del XX, se la conoce como subconsumo, o también «sobreacumulación» dado que hay gran cantidad de capital que no encuentra inversiones rentables en la producción de mercancías y servicios que se puedan vender. La solución histórica a este grave problema vino dada, como ya se ha dicho, por John Maynard Keynes. En sus observaciones de la crisis de 1929, el lord inglés atacó encarnizadamente las teorías económicas del desempleo voluntario y sostuvo, en su lugar, que toda salida efectiva de la crisis pasaba forzosamente por elevar los niveles generales de consumo de la sociedad, o lo que en economía se llama «demanda agregada». La mejor forma para hacerlo era a través de programas de gasto público que relanzasen el proceso económico; este tipo de intervención debía ser prolongado y debía venir reforzado por medio de una política de moderado incremento de los niveles salariales. La razón se encontraba en lo que Keynes llamaba la diferente «propensión al consumo de las clases trabajadoras y propietarias». A diferencia de lo que ocurre con los ricos, los trabajadores tienden a gastar la mayor parte de su salario en gastos de consumo corriente; de esta manera, al elevar el nivel de los salarios se elevaba el consumo general. Se conseguía así vender una mayor cantidad de la producción potencial, y al mismo tiempo se estimulaba una nueva ronda de inversiones que finalmente generaba más empleo” (Observatorio Metropolitano; 2011: 38).
El keynesianismo no es solamente un reformismo del capitalismo, o dicho de otra forma, la cara amable del mismo, sino que se convirtió en “la teoría dominante de las políticas económicas de los países occidentales después de la II Guerra Mundial. En cierta forma, los treinta años que van desde 1945 hasta la llamada crisis del petróleo de 1973-1979 vinieron marcados por el mismo tipo de pacto social que hemos visto en EEUU. Los términos eran los siguientes. Por un lado, los empresarios y los propietarios de dinero aceptaban que las ganancias que se obtenían por las constantes mejoras en la producción industrial repercutieran, aunque fuera de una forma mínima, en los salarios de los trabajadores. A cambio, los propietarios de capital garantizaban que su producción tuviera compradores, y que incluso, por medio del gasto público, la salud (sistemas públicos sanitarios) y la productividad (gasto en educación) de sus trabajadores fuese creciente. Por su parte, los trabajadores, a través de los sindicatos, aceptaban que el incremento de sus salarios y su consumo no fuera mayor que el de la productividad a fi n de no mermar las ganancias de los capitalistas. En el mismo paquete de negociación se establecía también el abandono de todo horizonte de transformación radical de la economía capitalista” (Observatorio Metropolitano; 2011: 39-40).
El pacto entre el Estado, capital y “pleno empleo” como garante de la acumulación se mantuvo relativamente intacto en los países del norte global hasta los años 70. Este pacto dio lugar a lo que comúnmente denominados Estados de Bienestar. Estado que siempre ha estado sujeto a un ataque continuo y disputa a lo largo de toda su historia. Durante los años 60, “dos episodios de rápida subida de los precios del petróleo, unidos a una creciente competencia internacional, así como a una presión salarial cada vez más fuerte por parte de unos trabajadores cansados de un pacto en el que sencillamente eran la parte que más aportaba y menos ganaba, puso fi n a la trayectoria económica de las décadas anteriores. Las estrategias de los empresarios y de los gobiernos fueron muchas y muy distintas, pero casi todas ellas compartieron un mismo diagnóstico: los salarios se habían convertido de nuevo en causa principal de los problemas económicos. La terapia pasaba por el control salarial. El objetivo último consistía en bloquear la presión sobre los beneficios —y por lo tanto sobre la inversión— y/o que las alzas salariales repercutiesen sobre los precios —lo que producía inflación. El triunfo Reagan y Thatcher en EEUU y Reino Unido sancionó esta nueva línea política con un feroz ataque a toda movilización sindical. Como había ocurrido históricamente, los salarios volvieron a ser, fundamentalmente, un coste para los empresarios” (Observatorio Metropolitano; 2011: 40).
Como se afirma desde el Observatorio Metropolitano (2011: 40-41) el “resultado económico de las políticas de control de rentas y del ataque al trabajo fue, en todo caso, muy distinto al esperado. El bloqueo al crecimiento de los salarios e incluso su reducción no produjo mayor crecimiento económico, ni tampoco la creación de un número significativo de empleos. Antes, al contrario, durante las décadas de 1980 y 1990, el crecimiento económico de los países occidentales fue moderado, y en algunos casos insignificante, al menos si se compara con la de 1960. Al mismo tiempo, el desempleo se estabilizó en unas cifras que hubieran sido consideradas inaceptables unos años atrás. Aunque las razones de esta relativa atonía económica tenían que ver con los problemas de realización de los beneficios capitalistas que hemos comentado en el epígrafe anterior, uno de los escollos fundamentales se encontraba, otra vez, en que con altos niveles de paro y salarios estancados era muy difícil estimular el consumo de las familias, y con éste la inversión. El resultado eran unas economías más bien anémicas, con crecimientos débiles e inestables. La solución a este problema, ensayada en un buen número de países, entre ellos España, vino de la mano de la ingeniería financiera. El problema se encontraba de nuevo del lado de la demanda: si las familias no pueden gastar más a partir de unos flujos menguantes de renta salarial, quizás se puedan elevar sus niveles de gasto por medios financieros. Los instrumentos financieros que sirven a este propósito son básicamente dos, y casi siempre aparecen combinados: por un lado, el recurso al crédito (endeudamiento) y, por otro, las burbujas financieras e inmobiliarias que operan sobre títulos de propiedad (como acciones, fondos de pensiones o viviendas) que están en manos de una proporción significativa de los hogares”.
2.3 Postkeynesianismo, postfordismo y globalización económica
A partir de la década de los 80 empieza el llamado postfordismo, o globalización económica que se caracteriza por la profundización en la “fragmentación, diferenciación y desinstitucionalización de la fuerza de trabajo que, en muchos casos, lleva aparejada la degradación sistemática de los modos de consumo y los estilos de vida. El postfordismo se presenta, así, como un modelo de regulación frágil y contradictorio, en el que la base fordista sigue siendo el sustrato social mayoritario de los estilos de vida actuales, pero donde los nuevos mecanismos de flexibilización geográfica, tecnológica, social y jurídica del proceso productivo han generado multiplicidad de posiciones y estratos en la estructura social contemporánea que enmarcan estrategias de consumo con sentidos sociales muy divergentes […]. Si por algo se caracteriza la sociedad de consumo postfordista es por su vacío y debilidad social. Se configura un modelo de crecimiento volcado en las rentas altas, cosmopolitas y globalizadoras, que se separan progresivamente tanto de las clases medias, cada vez más fragmentadas y vulnerables, como de las clases obreras y populares, precarizadas y desempleadas hasta convertirse, en muchos de sus segmentos, en nuevas subclases o infraclases. (…) Tras la crisis (de los años 70), un fuerte proceso de remercantilización, privatización y desregulación acaba creando un marco institucional, ideológico y convencional de gestación de la fuerza de trabajo, dominado por la idea de máxima movilidad y adaptación a las necesidades estrictamente mercantiles y de máxima rentabilidad a corto plazo de capitales que se mueven en un marco mundial. En este contexto, la “desregulación” se convierte, paradójicamente, en el soporte del nuevo modelo postfordista. La norma de consumo nacional se fragmenta y diversifica, estructurándose, por un lado, en normas internacionales y cosmopolitas y, por otro, en estilos de vida y consumo cada vez más defensivos y retraídos sobre lo convencional y lo local” (Montes; 2008, 231-233).
En la actualidad conviven diferentes modelos de producción y consumo donde el “modelo McDonalizado, masificado y normalizado de consumo sigue siendo dominante. Señala que las nuevas élites ascendentes y los movilizados han podido crear subculturas del consumo mientras que las clases medias, en crisis, tienen que soportar la precarización de los servicios públicos, la degradación publicitaria y cultural de los medios de comunicación generalistas, la artificialización y riesgo sanitario de los productos alimentarios baratos, la imposición por parte de los grandes distribuidores de sus productos y marcas o la ineficiencia real de las legislaciones sobre consumo. Pero al mismo tiempo la “sociedad postmoderna, el capitalismo de consumo, se constituye como un orden lúdico e irónico, cuya mejor encarnación sería el gran centro comercial. Además de circunstancias macroeconómicas y macrosociales (industrialización del sector servicios, McDonalización) una serie de dispositivos sociológicos, simbólicos, y psicológicos asociados al acto de compra, han favorecido que estas formas comerciales se incrusten rápidamente en nuestros modos y estilos de vida. El triunfo social mundial de los grandes centros comerciales es precisamente el de condensar en un espacio y un tiempo reducido, una enorme cantidad de símbolos culturales, muchas veces contradictorios (ocio, gasto, sensación de ahorro, de libertad y seguridad, etc.) pero que atraen las prácticas de los consumidores, creando el contexto de su normalidad social. El gran centro comercial es, por tanto, mucho más que un modo de compra; es un modo de vida o, si se quiere, una forma de integración o un lenguaje de comunicación con el mundo social” (Montes; 2008, 234).
Así, si bien “los modelos convencionales masificados y estandarizados de consumo son, y seguirán siendo, los elementos de referencia mayoritaria para la planificación comercial en la sociedad de consumo, también es necesario tomar conciencia de la aparición de hábitos que se comportan con lógicas mucho más contextuales y locales. Estos hábitos representan estilos que tarde a temprano pueden modificar la conciencia colectiva y las instituciones sociales, sean estas formales o informales” (XX). Por tanto “entramos así en la mezcla de dos modelos culturales de la sociedad de consumo postmoderna. Por una parte, el modelo mayoritario y normalizado y, por otra, los múltiples submodelos de consumos de identidad, unificados porque suponen percepciones mucho más personalizadas del acto de compra, y que se desarrollan según lógicas más relacionadas con valores derivados de la pertenencia a una comunidad” (Montes; 2008, 234-235).
Uno de los elementos teóricos más importante para entender el desarrollo capitalista es la “segmentación” la capacidad que ha tenido el sistema de absorber críticas y generar nuevos mercados y discurso enfocado al consumo tanto para grupos de alto poder adquisitivo y como para grupos más populares en el norte y sur global. Sin embargo, el funcionamiento estructural del patriarcado/capitalista en la globalización ha permitido profundizar como nunca antes en la historia en las desigualdades sociales. Así “surgen también otras formas de consumo defensivo y local, basadas de la aparición de segmentos especialmente vulnerables. Minorías étnicas, grupos de edad no convencionales (jóvenes y ancianos) grupos adquisitivos medio-bajos y no motorizados (amas de casa de edad avanzada) se entrelazan y combinan en el nuevo tejido urbano, desarrollando desde un nuevo comercio étnico hasta un comercio de proximidad asentado sobre patrones de consumo tradicionales. Otro elemento a tener en cuenta son las formas de vida y comercio impulsadas por nuevos movimientos sociales: feminismo y ecologismo, comercio justo y comercio de reciclados. En estos fenómenos el consumo es toda una forma de vida, donde los parámetros clásicos del consumidor mercantilmente racional se convierten en la imagen a atacar.” (Montes; 2008, 235).
Así mismo, en este contexto es donde se empiezan a fraguar las bases político-institucionales de la gran estafa financiera donde sobre “preceptos, desde las décadas de 1980 y 1990, se ha aplicado una compleja batería de políticas que ha introducido a una creciente masa de hogares en los circuitos financieros. Propiamente, cuando una persona adquiere acciones o un fondo de pensiones, o compra viviendas o suelo pensando sobre todo en los rendimientos futuros y no tanto en su utilidad como bien de uso, esta persona está operando según lógicas financieras. Cuando este tipo de operaciones está al alcance de muchas familias y lo que es más importante, cuando una parte creciente de sus rentas —y también de sus riesgos— se deriva de las plusvalías financieras, se puede decir que las economías domésticas se «financiarizan». Esto es sencillamente lo que ha ocurrido en los últimos 20 años. Pero, ¿cómo la financiarización de las economías domésticas, o lo que algunos han llamado el triunfo del capitalismo popular, puede dar lugar a ese milagro económico de elevar el consumo sin hacer lo propio con los salarios? El circuito que bombea renta desde los mercados financieros al gasto en consumo de las familias se tiene que cerrar, necesariamente, por medio de un crecimiento espumoso de las acciones y los activos financieros en sus manos. Las grandes subidas bursátiles que se vienen produciendo desde la década de 1980 han permitido que una parte de las ganancias producidas por acciones y fondos de inversión se dirigiesen a gastos corrientes. A este mecanismo se le llama «efecto riqueza» (Observatorio Metropolitano; 2011: 41-42).
Así, lo curioso de este efecto riqueza es que se puede generar “generar también por medio de burbujas inmobiliarias. De hecho, el último gran ciclo económico (el de los años 2000) se ha visto animado por una serie de explosiones inmobiliarias anidadas a escala internacional y protagonizadas por un nutrido grupo de países: Reino Unido, EEUU, Irlanda, Australia, Nueva Zelanda y también España. Todos ellos con mercados de trabajo muy precarizados y salarios estancados. En estos países, el objetivo principal de las políticas económicas ha sido convertir la vivienda en un bien de inversión que soporte crecimientos significativos de su precio y con ellos de la riqueza «nominal» que propiamente dicen tener las familias. El mecanismo tiene una base tan sencilla como que el crecimiento de los precios, y las consiguientes plusvalías inmobiliarias, o también la capacidad de acceder a nuevas rondas de endeudamiento avaladas por unas propiedades inmobiliarias de valor creciente, permitieran a las familias aumentar sus gastos, aunque no creciesen sus salarios. De este modo, el acceso al crédito para nuevas inversiones inmobiliarias —especialmente de los sectores de mayor renta— retroalimentaba en círculo nuevos crecimientos del precio de la vivienda y, a su vez, nuevas oleadas de endeudamiento. Quizá la principal arma política que se ha utilizado para este fin ha sido la reducción de los tipos de interés. Por ejemplo, entre 1990 y 2007 los tipos de interés medios en España bajaron desde el 13 % al 2 %” […]. Naturalmente, este tipo de estrategias basadas en el valor de los patrimonios de las familias y la extensión del crédito ha producido una particular inversión de las funciones económicas que habían mantenido el Estado y los hogares desde al menos los años treinta del siglo XX. Por un lado, el Estado se ha ido ajustando a las prescripciones neoliberales de reducción de gasto, abandonando progresivamente ámbitos sociales que antes eran de su competencia, como las pensiones y la vivienda” (Observatorio Metropolitano; 2011: 42-43).
Por otra parte, las familias, que tradicionalmente eran consideradas las principales proveedoras de ahorro, se han visto cada vez más presionadas tanto por el abandono del Estado, como por el continuo recorte de los ingresos salariales, y tal y como pone de manifiesto el Observatorio Metropolitano (2011; 43), que continúa afirmando que en el Estado español, incluso “en los años de prosperidad, entre 1995 y 2007, los salarios decrecieron un 10 % de media. Es así como los hogares se han visto forzados a mantener sus niveles de consumo a través del recurso masivo al crédito (y de las revalorizaciones de los títulos de propiedad). De este modo, el exceso de gasto que según los modelos keynesianos era sostenido por el Estado, ha pasado ahora a las familias […]. Por eso, algunos hablan de un particular keynesianismo de corte financiero, o basado en el precio de los activos en manos de las economías domésticas. El doble círculo virtuoso de esta sofisticada ingeniería financiera consiste en elevar el consumo de las familias sin elevar los salarios, y sostener la curva creciente de los beneficios financieros sin aumentar el gasto del Estado, y por ende los impuestos sobre esos mismos beneficios. La contrapartida está, por supuesto, en que la mayor parte de los riesgos de estos complejos circuitos económicos ha sido transmitida a las familias, por medio de su creciente exposición al endeudamiento”.
3. A modo de reflexiones finales:
En este texto hemos hecho un recorrido desde la economía política por los momentos históricos fundamentales en la configuración del sistema de pensamiento económico capitalista, desde la primera revolución industrial hasta los actuales procesos de globalización y financiarización de la economía. Para ello hemos analizado brevemente la acumulación originaria, la expansión de la producción y el consumo en masa posibilitados por el taylorismo, el fordismo y la influencia de keynes, para analizar finalmente el postkeynesianismo, el postfordismo y la globalización económica del momento actual.
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