20/ El viaje de Yago

Agosto de 2019

Hoy ha llegado Yago atravesando 3 lunas llenas, 3 y un cuarto, con sus 3 días. Ha llegado con prisa, un poquito nada más.

Los principales tripulantes de este viaje, ella, puro fuego y tierra, y él, que irá descubriendo y contándonos quién es y qué ha venido a nacer a aquí, a este viejo mundo siempre por estrenar, están bien.

Y el tercero en esta historia, el que escribe, aprendiendo a estar estando a un lado, a acompañar escuchando.

Ya estás en casa, Yago. Bien venido.


19/ English beers

Para los ingleses la familia es algo mucho más secundario que la cerveza. En una sola palabra de seis letras, brewer, sintetizan lo que en castellano es un “fabricante de cerveza”, tres palabras y casi veinte letras necesitamos para decir lo mismo. En cambio, no tienen una única palabra para decir “suegro”, que es father in law, mientras que aquí tenemos hasta consuegros y concuñados entre otros trabalenguas familiares.

El pub es su segunda casa, en muchos casos su primera, algo que, echando un vistazo rápido al interior de sus casas y de sus pubs, es fácil de entender. Comparten con los irlandeses la antigüedad de sus bares más añejos, algunos con más de 1.000 años, ahí es nada, y aunque es en Irlanda donde está el que se considera más antiguo del mundo, es evidente que su variedad de cervezas es mucho más limitada. Si cerrase la Guinness, el país colapsaría. En cambio la oferta cervecil de Inglaterra, con perdón de abadías, trapenses y lámbicas, y de las tradiciones alemana, belga y checa, es inabarcable. Cada pub cuenta con grifos que cambian semanalmente: real ales para los más clásicos, oscuras stouts y porters con aromas a café y regaliz, hiperlupuladas ipas con sabor a marihuana, pale ales y las antiguas russian imperial stouts creadas para los zares. Cervezas cítricas, turbias y brillantes que acompañan las jam session intergenacionales de blues, rock and roll y jazz que hay casi a diario.

Si la comida es casi la mitad de un viaje, en el caso de Inglaterra ese espacio lo ocupan las cervezas, muchas de pequeñas producciones y ediciones limitadas que, una vez agotado el barril, a menudo es imposible volver a encontrar.


18/ Galiza máxica

En Galicia cada pequeña parroquia y pueblecito cuenta con su propia recua de fantasmas a los que de tanto en tanto les da por aparecerse, almas en pena que procesionan en busca de algún incauto e historias para no dormir con lugareños como protagonistas. Dicen los profanos que algo tiene que ver con toda esta mitología aldeana no sé qué hongo del centeno, y que seguro que también con esa pócima mágica traída del futuro que es el licor café.

Recuerdo las noches de verano de parte de mi adolescencia rodeado de aquellas historias increíbles que nadie ponía en duda, una tras otra, con las bateas allá en frente y las barcas saliendo a faenar, creciendo en detalles cada vez que se contaban, el camino interminable de vuelta a casa por las callejuelas de piedra, el olor a mar y las miradas de reojo a las sombras. Por entonces aún no conocía ni el pan de centeno ni el licor café, pero juraría que a punto estuve de tropezarme más de una vez con alguna de aquellas bruxas.


17/ Comidas

En Tailandia a los perros se los comen las pulgas, un país más allá, los vietnamitas se los comen a la barbacoa. En el sur de China se celebra un festival anual dedicado a ello. A mí me gustan los perros, pero no para comérmelos.

La receta original de la paella se hacía con rata de L'Albufera valenciana.

Por lo visto, la pasta la descubrió Marco Palo en Asia y la llevó a Italia, aunque en general se piense que es de origen italiano.

En África se come con la mano derecha y sin cubiertos una masa hecha con una harina insípida y que por encima se cubre con dos cucharadas de un guiso de carne.

Se dice que India es el país con mayor porcentaje de población vegetariana.

En Sri Lanka un budista me explicaba que por su religión él no puede matar a ningún animal para comérselo, pero que sí que puede comprar carne porque ha sido otra persona quien ha matado al animal.

En Méjico se comen a los saltamontes con chile, son los famosos chapulines, mientras que en el sudeste asiático también comen escorpiones, hormigas y gusanos.

En Borneo la jungla está siendo arrasada para cultivar aceite de palma y poder disfrutar, así, de alimentos procesados a bajo precio en nuestros supermercados occidentales.

En el otro extremo del planeta, las terneras que poblaban las infinitas llanuras argentinas están siendo recluidas en establos para ceder espacio al cultivo de soja transgénica que sirve de alimento a personas y ganado de todo el mundo, por ejemplo a las terneras argentinas.

En Europa las vacas han sido engordadas durante años por harina cárnica procedente de los restos de otras vacas, supongo que de lo que ya no es posible convertir en chope o en hamburguesas del McDonalds, provocando la enfermedad que se llamó "de las vacas locas".

Las setas de cultivo son abonadas con harina cárnica, lo que no sé es si ésta es o no la misma que se usaba para dar de comer a las vacas que se volvieron locas.

En las islas colombianas de San Bernardo detestan comer las apreciadas langostas, porque han sido prácticamente el único alimento disponible hasta hace poco muy tiempo.

En muchos países el pescado y el marisco son secados al sol, y después son hidratados o comidos mordisqueados, su sabor es muy fuerte.

Cosas así son las que se aprenden viajando.


16/ Volver

Vuelvo a una ciudad que ya es otra, a un tiempo que ya no existe, a un lugar en el que cada rincón fue un poco mío, ciudad mesetaria atrapada en algún momento de su Historia desde antes, mucho antes de llegar yo allí por primera vez.

Grandes promociones inmobiliarias de la época precrisis, solares en venta, antiguas construcciones que amenazan con venirse abajo, bares venidos a menos, plazas adoquinadas, tiendecitas de barrio, parques... De tanto repetir mis pasos temo tropezar con mi propia sombra o con mis fantasmas de entonces. Reencuentro caras conocidas, gestos de sorpresa, miradas que me buscan en sus recuerdos. Tengo la sensación de ser una aparición, un error espacio-tiempo, cuando me miran desde su distancia no como lo que soy, sino como lo que fui. Emigrar en parte consiste en eso, en hacerse pedazos. Allí dejé algunos de ellos, esparcidos, desordenados, antes de volver a desaparecer de una ciudad de nuevo extraña.


15/ Pilar

Se fue cuando llegó la nieve, en silencio, como una vela que se agota.

Ni los médicos ni el nuevo escáner recién traído de Alemania lograron encontrar esa pena que le mordía por dentro. Por lo visto estos trastos no sirven para eso. Miraron por aquí y por allá, mil pruebas, pero nada.

El tiempo había ido arrugando su piel y sus huesos en aquel pueblo de casas blancas en el que la guerra nunca terminó de irse. Cuando la pena llegó intentó guardarla en su cajita de cartón repleta de recuerdos en blanco y negro, pero era demasiado grande, le arrancaba el aire y el camino había sido tan largo que aquella niña octogenaria no pudo más y se dejó caer.

Una llamada pérdida a última hora de ayer, una duda en el estómago, apenas dos palabras.

A los días se cerró su casa. Y nuestro mundo se quedó un poco más huérfano.


14/ Bares de carretera

Bares de carretera secundaria con coches volando a la puerta, lugareños apostados en su lugar exacto de la barra y recuerdos olvidados entre botellas. De tanto en tanto algún forastero al que delata la prisa, o algún turista intrépido disfrazado de explorador o de safari, o desertores de la ciudad que tras años en la zona son, fueron y seguirán siendo "los de fuera".
Y el cura este que han traído ahora, que no parece cura.
Y algún anciano que, como un furtivo, entra a tomar un vino a escondidas del médico y de toda su familia ante la resignación del camarero, que le sirve vigilando de reojo la puerta.
Y de fondo la tele, emitiendo desde algún planeta lejano.


13/ Babilonias

El mundo entero cabe en un puñado de calles, pequeñas babilonias por las que pasear de un continente a otro sin avión, visado, ni pasaporte, por obra y gracia de la globalización. Desde Marruecos, con sus trabalenguas de erres y jotas, sonidos que heredó el castellano, hasta Japón, Méjico, India, Senegal, China o Colombia, mientras a la vuelta de la esquina, en las zonas más comerciales, aparatosas masas de turistas occidentales recién llegados desde el espacio amenazan con comprárselo todo. Así es hoy el corazón de cada gran ciudad. También de Madrid, capital de esta tierra de culturas amputadas, dos de tres dicen, o decimos, acostumbrados como estamos a ignorar una cultura más, la gitana, y a olvidar otra, la raíz negra, todas ellas expulsadas o barridas bajo la piel de toro. A veces me gusta imaginar cómo seríamos si la historia hubiese sido otra.


12/ Argentina 2001

En el año 2001 Argentina no vivía ninguna odisea en el espacio, más bien esperaba con resignación la explosión de su enésima crisis económica en 25 años, cuando militares y élite económica decidieron arrojan al mar, literalmente, los aires de cambio. Los pasillos de las universidades aún olían a pólvora, y la ciudad de Buenos Aires, hermanastra de Madrid en el sur de América, no era una ciudad pobre, era una ciudad empobrecida, saqueada, una ciudad destartalada y malvendida a trozos en mercadillos porteños como el de San Telmo, donde una pared decía con buena letra “los de arriba nos mean encima y la prensa dice que llueve”, una frase que recuperaría el 15M una década después cruzando el charco. Los bancos no se fiaban de los argentinos y los argentinos no se fiaban de los bancos. De mano en mano circulaban pesos, dólares, “patacones” emitidos por el propio Estado de Buenos Aires, y monedas y billetes falsos eran aceptados con naturalidad por todo el mundo, a excepción de las máquinas expendedoras. Media generación, la heredera de la extinta clase media, preparaba ya las maletas mientras la otra mitad multiplicaba las “villas miseria”, en un anticipo de lo que 10 años después llegaría a la Europa mediterránea. El nuevo desastre era inminente.

Así las cosas, cuando un martes de septiembre a media mañana dos aviones se estrellaron en la ciudad de Nueva York, apenas nadie dedicó más de un minuto a las imágenes que repetía y repetía la televisión, apenas este gallego de paso y con boleto de vuelta y algún que otro extranjero. “Bastantes problemas tenemos ya acá” protestaba un tipo saliendo de un bar.


11/ Ni rastro de Pink Floyd

En la ciudad en la que nació el germen de Pink Floyd, no hay rastro de Pink Floyd. Ni una plaza o una calle que haga referencia a una de las bandas de rock más importantes de la Historia, ni siquiera alguna tienda que haya usurpado el nombre de uno de sus discos o de una de sus canciones más conocidas, una placa en la calle o un simple poster del grupo en alguno de sus pubs, o en el puestecito callejero de singles y vinilos de Market Hill. Nada.

Discretos mitómanos llegados desde medio mundo visitan, eso sí, el pub en el que se conocieron Syd Barrett y David Gilmour, el Flying Pig, que ha ido mutando de nombre desde que se inaugurase en 1840, o se acercan a tomar una pinta al The Rock, el pub en el que se bebía las horas Syd, hasta su muerte en 2006. Tratan de identificar cuál de las casas de la hilera de viviendas unifamiliares victorianas es aquella en la que creció Roger Waters, o cuál fue la residencia de la familia de Gilmour en Grantchester Meadows, muy cerca del Orchard Tea Garden en el que varias décadas atrás compartieran tertulias Keynes y Virginia Woolf con filósofos, novelistas y futuros premios nobel. En ninguno de estos rincones hay referencia alguna a la banda.

Y al fin, en mi último viaje a Cambridge, tras haber tirado la toalla intentando encontrar algún vestigio de Pink Floyd, en una de las muchas jams que es posible encontrar en la ciudad, comenzó a sonar al fondo, el inolvidable riff de guitarra de Wish You Were Here. Alguien quedaba por allí que recordaba a aquella banda.


10/ Bangkok

En Bangkok no todas las grandes avenidas están repletas de retratos reales con pomposos marcos dorados, ni todos los callejones huelen a pescado reposado, ni todas las aceras hay que cruzarlas jugándose la vida esquivando motos y coches.

En Bangkok no todas las jóvenes son putas, ni todos los hombres puteros, ni todas las ladyboys miran con cara de selfie, ni todas las masajistas ofrecen un "final feliz" ("over nosequé"?)

En Bangkok no todos los conductores de autobuses usan gafas de sol, ni van con pinta de road movie por la Ruta 66 pero con atasco, ni todos los taxistas pasan del taxímetro, ni todos los tuktukeros son laosianos.

En Bangkok no todos los musulmanes venden comida en puestos callejeros, ni todos los jekes tienen aspecto de "todo lo que ves es mío", ni todos los inmigrantes son indonesios, chinos o hindúes, como no todos los guiris son mochileros, ni todos los mochileros van por la calle con aire de despiste.

Eso sí, en Bangkok absolutamente todo el mundo está enganchado a su móvil... Bueno, todos menos mendigos y ancianos, ahí casi se cumple también ese no todos.


9/ Islas

Las islas siempre tienen algo de mágico, como de micromundo o de pequeño planeta de esos que descubrían los exploradores espaciales en los tebeos. Desde la costa esos pedazos de tierra en medio del oleaje parecen errores geográficos que por alguna extraña razón terminaron allí.

En las islas todo es más lento y más silencioso. Prisa mata, dicen en Marruecos. Las barcazas semidestartaladas y tripuladas por marineros con la piel quemada por el fuego del sol no cesan de acercar mercancías y viajeros que han recorrido cientos o miles de kilómetros para alcanzar ese pequeño territorio sobre el agua. Embalajes de papel higiénico, cervezas, comida, ropa, muebles... viajan sobre los techos de barcos desde otros puertos.

En las islas las construcciones suelen tener cierto aire de decadencia por la erosión de la humedad, el viento y la sal. También de provisionalidad, supongo que por la omnipresencia del mar, que continuamente recuerda a sus habitantes que salvo él todos los demás estamos de paso.